HUERFANAS

Y por último (frase que, por un lado, deja ver un dulce sece de actividades y, por otro, denota mis nulas ganas de extenderme en esta reflexión) limpiaré de las mentes de los seres racionales y de las mujeres una gran mentira, un antiguo mito, el del origen aceitunesco. ¡Mira que las aceitunas van a nacer del olivo!. ¿Quién vio alguna vez un olivo?.
Yo, como filósofo, querría ( o quirriese) saber donde hay una persona que alguna vez haya visto aceitunas colgadas de un árbol. ¡¡¡Por favor!!!. Si me duele la panza de tanta risa.
He estado en muchas ciudades y en algunos campos de la provincia bonaerense; he conocido un cachito de Misiones, Córdoba y Entre Ríos; tengo un primo que fue cuatro días de vacaciones a Montevideo; y tuve un anciano vecino que era italiano, aunque tartamudo. Y nunca vi un olivo. Y nunca me dijeron: “Vi un olivo”. En mis fotos de niño, y en todas las fotos que he visto, hay personas, casas, mares, autos, bolsas de basura, termos rotos, pero nunca olivos. La causa de esta soberana ausencia de observaciones de olivos me lleva a la siguiente ya innegable verdad: los olivos no existen.
Desde hoy, al menos, ya no coman aceitunas cual si frutos de la naturaleza de Dios, y sepan bien que están hechas, casi de seguro, con colorante verde o negro, gelatina sin sabor, gotas de limón, conservantes brasileros varios, carne de chancho verde y decorada con una piedrita de canto en el centro con forma de semilla de aceituna.
Entonces al “hombre de la bolsa”, a “la llorona”, al mito de la caverna y al “barrendero municipal” sumemos, de una vez y para siempre, al “olivo”.
De nada.

Fin