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PARTE. I

Cada noche, después de comer, salgo a dar mi paseo nocturno por la ciudad, camino unas cuantas cuadras y regreso a mi habitación. Hay noches en que me excedo, y otras, camino menos. Según el ánimo. A la hora escogida se ven muy pocas personas que caminan cerca o delante de mí: una mujer, lleva sobre sus hombros un abrigo de cachemir desgastado, se dirige despacio hacia el Parque Nacional; dos hombres conversan, manos a la espalda, como si las llevaran atadas con un material invisible; un niño desvelado arrastra por la pita un carrito de juguete... Me interno en los jardines del parque con paso largo y firme.

Entonces noto que alguien me sigue. No sé si lo noto o lo presiento. Detrás sus pasos, pasos perentorios, que insisten. Me detengo, y se detienen. Avanzo, avanzan. Doblo por la plazoleta del reloj, y doblan. Camino más de prisa y me voy a otra zona del parque. Pongo atención: indudable, se repiten a mi espalda los mismos pasos. Debo volverme, hacerle creer que lo he descubierto, y sin embargo no me vuelvo. Continúo mi paseo simulando que lo ignoro, un poco inquieto y el oído atento.

¿Qué me permite identificar sus pisadas? Sin duda son los zapatos de un hombre y su modo de andar, pero emiten un sonido turbador: un sonido metálico, semejante al que hacen las punteras de las botas texanas de un bailador de flamenco.

Al cabo de un rato logro zafarme de la aparente persecución. Abandono el parque y llego al bar&café en el que acostumbro a descansar de mis paseos y tomarme una taza de café fuerte. Algunos parroquianos ocupan las mesas cerca a la barra, frente a sus tazas y en plena charla. Un viejo alemán de pelo ralo y tez reluciente, se sienta a mi mesa y trata, en un español de lentas vocales, de entablar una conversación acerca de la suavidad y calidad del café colombiano. Soy parco con él casi silencioso, y cuando termina su café se marcha en busca de un interlocutor más elocuente. Si fui parco, pero no dejé de ser observador. Cuando el alemán cruzó las piernas entusiasmado con su monólogo, clavé la vista en la punta de sus zapatos. Descubrir que no tenían herraduras me tranquilizó.

Texto agregado el 18-08-2005, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-08-2005 Desde el punto de vista literario excelente! y el relato estupendo y bien llevado! ¡Feliciraciones! compa
18-08-2005 Admirable tu malicia al mirar la punta de sus zapatos, buena la descripciòn y el relato, pero perdone mi ignorancia que es "Fachoso"? Fuentesek
 
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