Llegué aquella mañana a Santiago, fatigada, observando las manos del hombre anciano que viajaba conmigo, sabio, lento, ensimismado.
Sus manos ásperas desgastadas, escrita su historia en mil grietas.
Su semblante mostraba el profundo desconcierto, la desilusión grabada...
El brillo de sus ojos reflejando mil viajes a mil recónditos rincones, mil despedidas...
La expresión cabeza abajo, para no ver marcharse,definitivamente, la tenue luz que le mantenía en pie.
Mi piel suave, aún joven, manteniendose firme y bañada de esencias que quieren pretender que no he vivido...
Su piel y ropas gastadas hablaban y yo callando de señales mis vestidos... Qué falta de pudor andar derramando historias por la calle.
Mostrando que la vida es vida, no queremos saber tanto, no queremos.
Queremos pretender que somos felices y nada nos afecta... tanta realidad me molesta.
Llegué a la estación, cada uno a su camino... Me pregunto si hoy estará vivo.
Si en su rostro se grabó otro surco... otra memoria. mientras tanto, yo grabo en mi corazón la historia mía |