Ella es la Dama, la bruja negra que se presenta grisácea pretendiendo así pasar desapercibida, nunca esconderse. Suele acercarse por detrás cuando menos lo esperas, siempre cuando estás distraído y no piensas, bailas. Te mueves estrambóticamente en las cuatro baldosas conquistadas de la pista.
Se acerca por detrás y te rodea con sus brazos apretándose contra tu espalda. O es sólo que imaginas que bailas con ella y ya la tienes en los tuyos cuando vuelves a abrir los ojos. Y la sientes recorrerte el cuerpo sensualmente. Su brazo colgándose de tu cuello y su cuerpo abandonado contra tu costado, moviéndose lentamente, frotándose con el ritmo de la música. El contoneo, el suave contoneo de sus caderas que se va alargando según va a apretando. Ella sabe cuando debe hacerlo. Conoce el preciso momento para colocarse justo delante de ti e infiltrar una pierna entre tus piernas y empezar a balancearse contigo. Sus manos en tu cuello y su cuerpo abandonado hacia atrás a su suerte o a la que dicta la gravedad. Tus manos en su cintura, agarrándola firme pero con libre movimiento, dejándola hacer bien cerca de ti, bien cerca, muy cerca, contigo. Duele dejarla ir, ver que te abandona, pero también es placentero notarla escurrirse muy despacio por tu cuerpo y un alivio, una descarga, cuando luego decide volver a subir. Irresistible cuando llegas a verle de cerca los ojos y su mirada, esa que te desafía diciéndote: fóllame. |