Ojalá pudiera matarle. Sus piernas son tan largas, me tientan. Quisiera poder romperlas con el martillo que tengo en mi bolso, ella gritaría y se quejaría de dolor y nadie la ayudaría. ¿A quién le importa una prostituta después de todo? Siii, a nadie... la sangre salpicaría por todos lados. Hace tiempo que no saboreo sangre, desde hace exactamente 6 meses que fue cuando maté a aquella señora en la calle. La pobre no alcanzó a reaccionar, fue aburrido matarla. No gritó, no lloró, no se quejó cuando la violé. En fin, creo que ahora podría tener algo más de entretención con esta mujer que está en frente mío. La muy estúpida me hace gestos seductores, supiera que si llego a acceder sería su fin. Me decido y camino hacia ella. Cuando estoy a punto de llegar aparecen 2 tipos de la nada, quieren asaltarme pero no tienen ni idea con quien se meten. Al instante en que siento que me tratan de sujetar saco mi revólver y le disparo en los ojos al primero. Se retuerce de dolor mientras se desangra. Esta sóla imagen causó una reacción química en mí y comienzo a patearle la cabeza. Cada vez sale más sangre, era gloriosa la sensación. ¿Cómo pude resistir 6 meses sin matar? Era como un sueño hecho realidad. Finalmente deja de moverse y me aburro. Busco al otro bandido y a mi presa; ambos se habían ido. Desilusionado parto de vuelta a mi departamento donde mi único amigo Eustacio me espera, mi fiel perro. No tardo mucho en llegar. Al hacerlo saludo a Eustacio, le cuento mi anécdota del día mientras enciendo un cigarro. Él siempre me escucha, por eso no lo mato. Al terminar de contarle todo me echo en el sofá y me duermo pensando en como sería romperle la mandíbula a alguien.