Juan apagó la luz y se sentó en la cama. Se puso la camisa, y los zapatos nuevos se pusieron sin la ayuda de nadie. Juan era muy orgulloso de sus zapatos nuevos. Después de vestirse, Juan salió de su dormitorio. A causa de apagar la luz antes, chocó con la silla y la puerta, pero por fin encontró la salida.



Vio a su amigo el oso por el otro lado de la calle, y le saludó. De pronto, el oso cruzó la calle y vino a hablar con Juan. «¿Sabes, Juan» empezó el oso «que hoy es el fin del mundo?» Juan sacó su calendario de la bosilla, y buscó la fecha. «Tienes razón, Oso. Hoy es martes.»



El oso miró al sol en el cielo. «¡Dios mío!» gritó el oso. «Ya son las dos y cuarto de la tarde.» Los dos corrieron a la plaza del pueblo, donde había mucha gente. El dictador del pueblo hablaba, pero nadie le oía a causa del gran alboroto de la gente. El dictator se hizo harto de hablar sin que nadie le escuchara, entonces gritó unas palabrotas, tiró los brazos en el aire, y regresó a su casa al fondo del lago.



Casi toda la gente decidió regresar a sus propias casas. Pero Juan y el oso quedaron en la plaza. No era buen día de luz para Juan. Había apagado la luz en su propia casa, entonces no podía ver allá. Y la gente que acababa de salir había llevado el sol con si mismos. Entonces, Juan todavía no podía ver. El oso encendió un árbol para luz. Entonces, los dos comían el almuerzo. Ya eran las tres menos diez. Apagaron el árbol, se sentaron en el medio de la plaza, y esperaban el fin del mundo.