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Era sábado. Los tractores permanecían inactivos y por un día los ruidos habían recobrado su propia dimensión. El anciano Avner se abría paso entre las montañas de escombros que pocos días antes habían sido casas. Arrasada más de la mitad del pueblo, el lugar parecía haber sido sacudido por un cataclismo.
Los árboles tumbados agonizaban en el suelo. Algunos, como resultado de la pirueta que las excavadoras les habían obligado a describir en el aire, quedaron erguidos, copa abajo, con las raíces crispadas en alto, arañando el cielo.
Los trabajos de la autopista avanzaban hacia el sur, como una implacable lengua de lava. La carretera pasaría por el centro del pueblo y ya casi todos se habían marchado.
Los ancianos, abrumados por los recuerdos, se habían opuesto a dejar sus viviendas, pero tuvieron que rendirse ante lo inútil de la resistencia.
Avner era el único que se negaba a abandonar el lugar. Lo hacía a pesar de las exhortaciones de los hijos, la labor de persuasión de los vecinos y las presiones de la compañía constructora. Reiteraba su enérgico !No! a todos los que intentaban convencerlo, ni estaba dispuesto a dejar librados a las fauces de los tractores, esas paredes que había construido con sus propias manos, hacía más de cincuenta años, ni los nogales que había plantado cuando nacieron los hijos.
Años atrás cuando llegó el primer nieto, su esposa opinó con sensatez que si plantaban otro árbol, ellos probablemente no lo verían crecer. "Es mejor poner un rosal, sugirió, pero sólo alcanzó a gozar de los primeros capullos." Avner plantó solo los últimos rosales.

Avner no ignoraba que al día siguiente recibiría una orden de desalojo a la cual no podría oponerse, pero actuaba como si su permanencia en el pueblo no estuviera en discusión.
Había sido un día de mucho calor. Aunque la estación reclamaba lluvias y vientos, el verano había regresado acompañado por el hálito pesado de un sharav* sofocante.
Los rosales languidecían sedientos, no bien regresó de su deambular entre los escombros Avner los regó abundantemente. Después se sentó bajo la clemencia de los árboles y rezó en silencio. Oró con la vehemencia con que lo hacía cuando su corazón se ponía de rodillas y rogaba con ardor.
Cuando las primeras ráfagas de viento barrieron el calor desconsolado del día, el deseo de Avner fué concedido, allí, bajo los nogales.
A la mañana siguiente lo encontraron de bruces, como un árbol descuajado.

Al borde de la nueva carretera, hay una tumba rodeada de rosales.

*sharav:viento caliente del desierto(Israel)

Texto agregado el 17-08-2005, y leído por 1827 visitantes. (49 votos)


Lectores Opinan
02-10-2016 emotivo, meidentifico con el personaje satini
28-05-2012 Conmovedor.Como un capitan a bordo de su navío. pantera1
04-04-2012 Extasiada estoy leyendo, y la píel se me eriza : El recuerdo y de haberlo vivido, gracias!!!! Ninive efelisa
29-03-2010 Tan cotidiano el tema de tu historia. malaya
18-01-2009 Me agradó la historia. Aunque te transcribiré un párrafo en el que algo suena desacorde: "Reiteraba su enérgico no a todos los que intentaban convencerlo ni estaba dispuesto a dejar librados a las fauces de los tractores..." Creo que el primer "ni" deberías er reemplazado por un "no". Lo sugiero con ánimos de ayudar. Besos Dhingy
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