AL OTRO LADO
Después de un vertiginoso y arduo camino,
Donde el hielo vence los espectros,
Sosegando sus latidos en plena estación pálida,
Nublando los párpados obedientes a la presencia del sueño.
Descanso a la orilla del camino,
Recostado un instante
Para detener el avance inminente del segundero
Envolviendo a sus víctimas en finos hilos de cristal transparente.
Sumerjo mi mano en el bolsillo derecho, para darme la ingrata sorpresa,
Que es un apolillado y agujereado guardapolvo,
Donde caven dos dedos para rascarme los huevos.
Mis pulmones agrietados como las tierras Tarapaquenses,
Luego de un remezón jamas dosil... jamas.
Piden a gritos inmisericordiosos, una bruta dosis de humo.
Bajo a la urbanidad...
¡HOO!, Pero que placer y excitación me envuelve
al palpar con mis fosas nasales, el asquerosos, como mierdoso aroma de urbe,
Penetrando tal como caravana en centenares de agujas desplasandose oscilantemente.
Pero que clímax logro alcanzar
como diluido en una manada bruta de masoquistas, sedientos de placer,
al emprender el recorrido esquivando curiosamente, feroces bestias, hienas de corbatas,
putas vigiladas a lo lejos, espectros casi infantiles, viejos borrachos,
Y una bola de cobardes tras un disfraz verde comiendo sopaipillas con peure.
Los ronquidos insocegables, merodean, por las calles,
Camuflándose quizás con el canto de las estrellas
Que mareadas de tanta altura caen desorientadas entre el fango y él vomito.
Torpes ya en el asfalto, les pido fuego,
Sin cigarrillo entre mis dedos,
Sin cigarrillo entre mis labios,
Sin cigarrillo en mi guardapolvo,
Me autoconsiento,
enrollando una de mis hojas pisoteadas,
Para tatuarlas en mis pulmones.
Entre tanto que las palabras impresas en papel,
Se hagan humo.
Encandilado por luces, trato de movilizarme,
Sin mirar... solo observando
A través de la clara oscuridad,
ya que la sangre me pesa,
me dejo caer,
Sobre aquel lecho abierto
Para al fin despertar,
Sobre unos claveles estropeados.
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