Y trato de enseñarte. Cómo se miran las rosas. Cómo sacarle uno a uno sus pétalos cuando parecen muertas. Cómo sumergirte en ese baño de aromas y sensaciones cálidas. Cómo besarme. Cómo dejarte besar. Cómo inventar figuritas con la tenue luz de las velas. Cómo jugar con las sombras que parecen animalitos al trote.

Y trato de enseñarte. Cómo dejarte tocar, llevar, querer. Cómo escuchar en silencio cuando los peros son para ti. Cómo saber que nosotros tampoco somos perfectos, que nos persiguen nuestros propios fantasmas, que caemos de rodillas frente a nuestros propios dolores. Que también sufrimos por las pesadillas.

Y qué lindo sería poderte enseñar. Lograr que con los brazos abiertos me dijeras ven. Y yo ir. Abalanzarme sobre ti. Dejarme caer sin mirar atrás. No tenerte miedo. No temer de mí. Qué lindo sería no poderte lastimar. Que mis palabras erradas pasaran debajo de ti sin hacerse notar. Que todo lo inútil viajara de incógnito a través de ti. Qué lindo sería... volver a ti y saber que no he dejado rastros, que nada de esto existió alguna vez, que no hay espacio para el rencor.

Por eso trato de enseñarte cómo es que se quiere. El balance. El equilibrio. Las partes iguales. La entrega perfectamente dividida y encontrada. Pero no es fácil, lo sé. Porque yo tampoco he podido aprender a quererte, a aceptarte tal como eres, a tocarte con páginas en blanco y sin tachones, a olvidar el llanto de la otra noche, a recuperar la fuerza que alguna vez tuve gracias a ti.

Pero qué lindo sería... poder aprender.