Una noche,
vi el cielo completamente cubierto de estrellas, sentí un suave viento fresco en mi rostro y escuché como, a lo lejos, una fiesta se terminaba al son de tres disparos.
Una noche,
mis labios conocieron la lujuria en la espuma de un hirviente chocolate, trás su humo, miré una revolución de mujeres en pos de una cena: preparar, calentar, servir, moverse, moverse de un lado a otro mientras sus sombras intentaban alcanzarlas. Sombras grotescas, mágicas, bailarinas de lámparas de aceite.
Una noche,
corrí, risueña y asustada, en la penumbra, levantando un polvo que la oscuridad no dejaba llegar hasta mis ojos. ¡Aquí estoy!, ¡aquí estoy! Hermana, primos, parientes hasta ese día desconocidos...era difícil atraparnos, pero no menos divertido.
Una noche,
un extraño que llevaba mi apellido, transformó ante mis ojos un simple vaso de plástico en una bella flor. Una extraña que, ¡curioso!, se parecía a mi abuela llenó mis oídos de fantásticas historias pobladas de rebeldes, peleoneros y no menos enamorados.
Una noche,
recostada en el interior de un auto cuchicheaba con mi hermana, soltábamos risitas ante los ronquidos de mi padre y esperábamos -impacientes, inquietas- el "¡ya duérmanse" materno, dulcemente cargado de amenazas sin cumplir.
Una noche,
tuve ocho años y, sin poder dormir, comencé a soñar, mirando el infinito estrellado, conservando el sabor a chocolate en la lengua, sonriente por no ser atrapada, apretando vasos e historias entre las manos.
Quién me diría esa noche que, 24 años después, seguiría contando estrellas, coleccionando sabores, levantando polvo invisible, maravillándome ante creaciones absurdamente insólitas...quién me diría que, 24 años después, seguiría soñando |