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En este momento frente al espejo, mientras miro como se ha transformado mi rostro, lo recuerdo aun mejor. Tal vez fue su cara, o el vestido que llevaba puesto hoy, tal vez fue la sonrisa que me dirigió mientras desayunábamos, no importa, pero ella me lo recordó casi como una polaroid. Ahora, frente al espejo, lo recuerdo tanto que no me lo puedo creer.

Pasó hace veintitrés años y solo ahora lo recuerdo; y lo recuerdo tan bien, a pesar de que en este momento no pueda acordarme que almorcé anteayer o que no sepa que calcetines tengo puestos, es más, ni siquiera estoy seguro de si me puse desodorante después de bañarme.

Pasó en una calle, iba caminando como lo hacía casi todos los días. Caminando a la universidad y vi a una mujer que me parecía familiar y que venía en sentido contrario al mío, era mayor que yo; no pude determinar que tanto, pero me pareció atractiva. Siempre sentí algo por las mujeres maduras. No podía dejar de verla, aunque me decía a mi mismo que era descortés observarla tan fijamente.

Mientras nos acercábamos, mi corazón latía cada vez más rápido. El movimiento relativo entre nosotros parecía estarse desacelerando, a pesar de que yo mantenía el mismo paso y me fijé que ella también caminaba a la misma velocidad. Nos acercábamos cada vez más lentamente aunque yo deseaba sobrepasarla de una vez. El ansia que sentía era realmente inexplicable. Había visto mujeres más hermosas caminando hacía mí, pero nunca había sentido esta urgencia en la piel y en las vísceras.

El movimiento se disminuyó tanto que cuando estábamos a un paso de distancia, nos detuvimos. Uno enfrente del otro, el otro enfrente del uno. Misteriosamente detenidos, el verso y la prosa plasmados en una hoja de cemento. Sus ojos, no recuerdo haber visto ojos como esos. Nunca me he visto reflejado en unos ojos de la manera que me vi aquella mañana sin tiempo. Me vi viejo, sereno y feliz: eran un espejo falaz (o quizás profético, ahora lo pienso así).

Infinidad de veces he oído decir: “el tiempo se detuvo”, como una frase exagerada para recalcar la importancia de un encuentro de enamorados. Me parece que todas las veces que ha escuche (o leí) han sido una exageración. Pero ahora les digo que en la mañana que nos atañe, las agujas de los relojes se pararon, y no exagero.

El tiempo estático me produjo un efecto en el estómago, casi como si tuviera que vomitar (además de la obvia incomodidad, que está de más mencionarla). Tenía que decir algo, mis tripas revoloteaban en mi abdomen. Quisiera haber dicho algo más poético, algo hermoso, quisiera contarles que dije algo mejor, pero no puedo. Toda esta historia me parece demasiado increíble como para tener que añadirle algo.

Le dije hola. Me respondió “hola”. Luché con mis piernas, traté de doblar mis rodillas y alzar mis pies e irme inmediatamente del lugar. No pude. Aquellas dos sílabas resonaron en todo el lugar, tan alto, tan fuerte, pero eran un murmullo. Era un murmullo que iba dirigido a mí, solo a mí. En es momento pensé que debería estar sudando, estaba tan nervioso, tan exaltado, pero no sentía nada. He mencionado ya que me parecía familiar, había algo en su cara, en su mirada, en su pelo. Logré controlar mi boca, y con un fuerte esfuerzo le dije:

- Nos conocemos de antes.

Me miró tiernamente, como una vieja amiga que deseaba consolarme. Estaba tan tranquila. Me dijo una frase que no entendí, me dijo:

- Nos conocemos de después.

Alcance a decir:

- ¿A dónde vas?

- La pregunta es: ¿de dónde vengo? – y me señaló una pequeña de librería, por la que yo pasaba todos los días pero en la que nunca me había detenido.

El claxon de un bus me sacó de mi trance, la vi alejarse. Me di cuenta que estaba empezando a transpirar y después de dos pasos estaba empapado en sudor.

No visité la librería hasta dos meses después (más o menos), cuando estaba tratando de encontrar un libro de Borges que no estaba en el catálogo de la biblioteca. El episodio que acabo de relatar, ya estaba sepultado en mi memoria, esperando a ser exhumado.

Entré a la librería, pregunté por el libro, y la dependienta del lugar, que me pareció muy hermosa me prometió conseguirme un ejemplar para la próxima semana. Cuando regresé, se disculpó conmigo por no haberlo conseguido, pero al parecer, le gustaba tanto aquel libro (o talvez le caí tan bien), que me prestó una copia suya. Está no es la historia de mi vida, así que no tiene sentido continuar en esto, pero basta decir que aquella muchacha se terminó convirtiendo en mi esposa.

Ahora, frente al espejo, me veo otra vez como me vi reflejado en aquellos ojos esa mañana y al momento oigo decir a mi mujer que va a salir. He pensado preguntarle a donde se dirige, pero tengo miedo que responda que va a encontrarse conmigo.

Texto agregado el 16-08-2005, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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