En los ochentas, los Electrodomésticos tenían una canción que se llamaba Chapsui. No era la que más me gustaba, creo que la que más me gustaba era el Frío Misterio. La verdad, no recuerdo mucho: hace tiempo -desde los ochentas- que no escucho a los Electrodomésticos, me encantaría volver a escucharlos. Lo cierto es que un autor de la Zona de Contacto escribió un cuento con el mismo nombre. Pero, desde un punto de vista culinario, no es el Chapsui lo que más me gusta (y creo que a la mayoría); prefiero -lejos- la Carne Mongoliana: trae mucha más carne, como su nombre lo dice. El Chapsui no es más que un bonito nombre; por algo ha inspirado canciones y cuentos, pero ¡la Carne Mongoliana es mejor!
Frecuenté el Whu Sang Yu durante bastante tiempo, perdí la cuenta. La dueña era china. Bueno, supongo que todos los dueños de restoranes chinos son chinos. Así debe ser, creo. La cuestión es que siempre se ven chinos en los restoranes chinos. Pero no todos los son (por ejemplo: los clientes y las niñas que atienden). Sin embargo, los dueños siempre son chinos. Quizás -es sólo una teoría- por marketing los dueños chilenos de ciertos restoranes chinos contratan a chinos para que sus locales parezcan chinos: “lo importante no es serlo sino parecerlo”. El hecho es que los chinos siempre están en las cajas, siempre están cobrando. Esto me hace pensar que los chinos son los verdaderos dueños, me imagino que quien cobra es el dueño. Además que me tinca que los chinos son tremendamente desconfiados y que, bajo ninguna circunstancia, aceptarían a un chileno sentado detrás de una caja.
El Whu Sang Yu es el restorán chino más rasca de Concepción; por lo mismo, es el más barato. Es el más rasca físicamente, pero la comida es igual o más rica que la de los otros. Además, el baño es decente. No digamos elegante, pero sí decente (por ejemplo: siempre ha dispuesto de papel higiénico, lo cual es un hito en Chile; en otras partes creen que uno es mago).
“Un cuarto de pollo, tuto por favor”, le pidió un cliente a la dueña del Whu Sang Yu. Esto lo escuché desde el baño. El Whu Sang Yu es extremadamente exiguo: todo se encuentra demasiado cerca. Además, la puerta estaba semiabierta, porque carecía de pestillo. Y yo, mientras permanecía sentado en el water, tenía la pierna derecha forzadamente estirada para mantener la puerta junta. Mido uno sesenta y cinco, no tengo las piernas tan largas para afirmar completamente la puerta. Sin embargo, estaba atento para pararme en caso de urgencia, en el evento de que alguien se acercara o quisiera entrar. “Y papas fritas para dos personas, ¿cuánto sale?”. Como el Whu Sang Yu es el restorán chino más rasca de Concepción, también vendía (y vende) pollo a las brasas con papas fritas. Mucha gente no pescaba la comida china del Whu Sang Yu, sólo el pollo y las papas. Pero el restorán era chino; de hecho se llamaba (y se llama) Whu Sang Yu.
La señora-dueña del Whu Sang Yu me quería bastante. Yo pasaba semanas enteras almorzando y comiendo allí. Muy pocas veces vi otra mesa ocupada. A pesar de la baja clientela, se demoraba casi nada en traerme mi menú preferido: Arrollado Primavera, Arroz Chaufán y la consabida Carne Mongoliana. ¿Cómo preparaban todo tan rápido teniendo un stock de venta tan bajo? Tal vez yo mismo conformaba ese stock de venta. Por eso me quería la señora, me quería harto. Era viuda: su marido se había muerto en Chile. De este último tema jamás hablaba. La verdad, de casi nada hablaba: después de cinco años de residencia en Chile, apenas podía pronunciar mi nombre.
Salí del baño después de escuchar un violento grito de la señora. Detecté una mancha roja en el piso. Claramente, no se trataba de Salsa de Soya; ésta es más oscura. Tampoco era Ketchup. Era sangre, la sangre de la señora-dueña del Whu Sang Yu. Estaba tumbada en el suelo como un vulgar calzoncillo después de ser usado en un día de verano. ¡La habían matado! ¿El comprador de pollo a las brasas y papas fritas? Probablemente. ¿La razón?: nunca lo supe. Inmediatamente, me comuniqué con los pacos; se demoraron ene en llegar; llamaron a una ambulancia y me interrogaron. Pero lo triste es que la señora-dueña del Whu Sang Yu era sola: no tenía en Chile parientes. Lo único que tenía era el Whu Sang Yu, eso era todo para ella. Incluso vivía en un dormitorio a un costado de la cocina. Yo era el único cliente, o casi el único, que comía comida china. Y, sobre todo, yo era lo único que la conectaba con el mundo. Eso explica, creo, el cariño que me tenía.
Sin embargo, nunca pensé que en su testamento me dejara el Whu Sang Yu. Puede que yo sea el primer chileno dueño de un restorán chino.
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