Esa noche, quise vengarme de ti por como me amas, quise que pidieras perdón por apabullarme tanto con caricias y atenciones no pedidas en los momentos más insólitos, que decidí convertirme en la máquina asesina de tus sensaciones.
Preparé la mesa, como hace años no lo hacía, desde el centro hacia las orillas los manjares comenzaron a ubicarse lentamente, en el centro una ensalada Cesar finamente decorada con rodajas de rabanitos, como siempre yo queriendo romper la fórmula y el protocolo, el vino Viña Lola de cuatro años, desconocido para el mundo por ser exclusivo de tierras merideñas se exhibía orgulloso sobre el rojo intenso del tapete, las uvas y manzanas rodeaban el bowl de la ensalada, y en triangulo con ella los platos de langostinos, queso Gouda y Edam añejados, chiles ahogados en salsa de tomates, sardinas secas rellenas de jengibre, ese plato humilde que inventamos una tarde en las soleadas playas de bahía de Cata, y las largas tiras de mango rodajeado culminaban el toque distinguido de una opípara mesa., en el baño se oía el rumor lejano de la regadera, perfume de arañadlos y madera, ¡Ja! Querías sorprenderme, ingenua niña, ¿Cómo crees que a mis 45 años un bebé de 34 como tu pueda sorprenderme? Se que tu piel estaba siendo acariciada por el champú que especialmente hacía Iván para ti, tan especial mi hermano contigo.
Cuando estabas por salir del baño encendí los sirios aromatizados con canela, bajé la luz a su nivel más tenue y puse un CD de Michael Bubblé. Miré hacia el marco de la puerta y ...
Bueno, al fin y al cabo que importancia tenían cuatro frutas y una botella de vino, que valor podían haber tenido cuatro langostinos y un poco de queso importado, después de haber cabalgado desenfrenadamente por las sinuosidades de tu cuerpo, lo último que me hubiera interesado era llenar el estomago
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