Y sucedió entonces que Zeus, dios y regente del Olimpo hablando con Dione, requirió la presencia de la hija de ambos, ante sí. Trajeron, de esta manera, a la joven que se hallaba en las cercanías del trono divino, y ésta le saludó al encontrarse ante su presencia:

- Heme aquí padre amado, sé que me habéis solicitado.
- Sí querida hija, he llamado para deciros que me complazco de tu existencia y para hacerte saber que los necios dioses que me rodean, han extendido rumores que habéis nacido de la espuma del mar y no del vientre divino de Dione, vuestra madre.

- Así he sabido, padre eterno. Les he escuchado decir aquellas historias que vinculan el inicio de mi vida en los orígenes de la blanca espuma de un bello y misterioso océano. Mas no dudo que soy hija directa de vosotros, hija de Zeus y Dione y por tanto diosa eterna de la mansión celestial del Olimpo.

- Sí hija mía, sabias son vuestras palabras y vuestros pensamientos, sois legítimamente mi hija y por cierto, la más bella de este jardín de la eternidad. Creo que aquellos rumores han nacido a partir del color de tus ojos, que semejan verdes aguas marinas de un océano diáfano rizado de suaves mareas brillantes y plácidas.

- Me halagáis profundamente amado padre mío, mas mi belleza es herencia que he recibido directamente de ti y de mi madre Dione, que es más bella que los luceros que se encienden eternos en el cielo.

Y ciertamente, esta hija de Zeus poseía una belleza extraordinaria que provocaba la envidia de sus hermanas, las demás diosas. Eran sus ojos, como se ha dicho, de un verdor extraordinario, como reflejos de esmeraldas finas reflejando la tenue luz del alba. Como el vientre luminoso de las olas de los mares mediterráneos y era su piel, fina y perfumada como los frutos de oriente, nacarada y delicada. Su voz era dulce como los tonos provenientes de la lira que Orfeo pulsa con inspiración divina; tan dulce como la brisa que susurra entre los esteros en primavera. Y sus cabellos semejaban campos de trigos maduros cuyas espigas de oro se doblegaban al compás del ritmo de su agraciado cuerpo.

- Sin embargo, querida hija - dícele su padre- que vuestro nombre no os confunda, si bien Afrodita significa nacida de la espuma de mar, es un bello nombre que conservareis por toda la eternidad. Y como ya estáis en edad suficiente, he determinado otorgarte el título de Diosa de la Belleza y el Amor.

- Me honráis padre amado.
- He determinado que en tierra de los mortales, Grecia y Roma, se levanten templos para honrar vuestra divinidad, enormes y bellas edificaciones se construirán para alabaros y será guardada vuestra imagen por bellas sacerdotisas mortales. Y no sólo series amada en las tierras de Homero, sino vuestra gloria se extenderá con el devenir de los siglos, por cada lugar que haya creado Urano, el padre supremo creador del universo.

- De la misma manera en que os amaré por siempre y quién me ame y honre, a vos amará y honrará por la eternidad padre muy amado por mí.
- Y ahora, decidme bella hija mía, si tenéis algún deseo, vuestro padre os lo concederá.
- Pues has de saber que deseo conocer la tierra y el lugar donde habitan los mortales, conozco el Olimpo, nuestra morada, el con fin de los cielos con sus astros encendidos, los abismos de los mares, mas no aquella tierra de los mortales. Si podéis concederme aquel deseo, os estaré complacida y agradecida.

- Me deleita complaceros, de modo que descenderás en compañía de tus hermanas y guardianes del Olimpo a la tierra donde habitan los mortales.


Continuará...