Afuera en el jardín, en lo alto de un cielo luminoso, la redonda luna parecía esperar algo, envuelta en ansiedades que impregnaban lentamente el aire, de olores a brote nuevo y fragancias a canela y hierba buena.
El soplo de la noche rodeada de tibiezas, hizo temblar por un momento las cortinas de lino de color granate, a través del enorme ventanal semiabierto del dormitorio, que daba a la terraza.
Adormecida después de un agotador día de trabajo, y luego de un baño caliente, de leer algunos poemas de Neruda del libro “Los versos del Capitán”, Mariana dejó la copa de champaña sobre el velador, acomodó su hermoso rostro sobre la almohada, y pronto el sueño la invadió.
El aire que provenía del exterior se sentía muy agradable, y solo una sábana de seda sobre ella, marcaba tenuemente su figura sobre la amplia cama.
La habitación de un hermoso color verde limón, contrastaba con las telas de las cortinas y la cama, de un bello tono granate. Un par de espejos en las paredes, pequeñas figuritas de fina porcelana sobre una mesita en una esquina, varios libros desordenados sobre una larga repisa, un ancho florero de cristal lleno de mandarinas, desde donde se proyectaban unas blanquísimas calas, le daba el toque a la tríada de colores, y dos fantásticas pinturas de Carmen Aldunate, completaban la perfecta decoración.
Un tenue reflejo provenía de la habitación contigua. Tres velas perfumadas que encendía cada noche, y un stick de incienso con fragancia a frutillas, perfumaba dulcemente el ambiente en penumbras.
De pronto, una borrosa imagen precedió al movimiento. Las sábanas se alzaron con suavidad y una oscura figura se coló en medio de su tibieza.
Sintió una mano firme y decidida pero que solo tuvo entrega de caricias sobre su cuerpo dormido. Sus ojos aún cerrados en un extraño sueño, que percibía como un altísimo vuelo, se movieron un momento, al tiempo que de sus labios entreabiertos, su respiración comenzó a fluir a un nuevo ritmo.
Unos dedos se deslizaron acariciando su cuello en un imperceptible roce de dulzura. Mariana se agitó entre las sábanas, soltando un sorprendido suspiro. Luego perfiló su hombro desnudo, descendiendo los dedos anhelantes que le brindaron todo el tiempo para sentirlos desplazarse en el sendero del placer.
Los sentía temblorosos y llenos de ansiedad, reconocer su piel de mares y de algas, y posarse entre sus pechos de erguidas caracolas, firmes, tensas, entregadas.
Subieron bordeando aquellos montes de cósmicas esferas, de piel satinada y tersa. La mano aprisionó su pecho, ejerciendo una tenue presión, mientras viajaba hacia la cúspide de su aureola rosada, endurecida, pletórica de emociones.
La sensación de un rayo, se deslizó como reguero de pólvora a través de su cuerpo estremecido, trató de despertar y abrir sus ojos, pero una mezcla de sopor y de creciente deseo, la hundió entre las fuerzas de un torbellino chispeante, como aquellas burbujas de la champaña, que la llevaban lejos, muy lejos, casi hasta dentro de si misma.
Los dedos sigilosos, vestidos con aromas de frutilla y canela, vertían sobre sus orillas todo un poema de inquietudes. Se acercaron a su ombligo, el instante de la vida, eléctrico remolino, mientras sembraban sobre el fuego interno de sus caderas, un sensual movimiento de inquieta permanencia, que conjugó todas las fuerzas de energía universales, los cristales de luz, la tenue lluvia, el néctar del deseo libado en las profundidades por lenguas invisibles.
Sus muslos se inquietaron ansiosos, y su cuerpo se agitó mientras su pecho ascendía y descendía en un ritmo tribal de conjuros y cánticos corales. La palma encendida como hoguera, recorrió cada centímetro de piel, reconoció el espacio, invadió las llanuras, los montes, y las olas que iban y venían desde la lava espesa del volcán.
Un latido imperceptible tensó toda su piel, arqueando su figura, mientras el recorrido de caricias se detuvo en los cálidos rincones, la oscuridad del fondo de las aguas y las verdes praderas en continuo movimiento.
Ondulaciones rítmicas se hicieron eco en las sensaciones, en el goce, el placer, sembrando sobre su soledad desértica, un venero que calmaba su sed desesperada, y comenzaba a florecer, al descender cada vez más, bajo la cúspide del deseo candente.
Flor escarlata, de pétalos abiertos cubiertos de rocío, jugoso néctar de frutillas, de polen insinuante que salpicó de vibraciones y energía desbordando de colores el espacio infinito.
Todo fue suspiros prolongados, rocas, alondras, canela, hierba buena, y entre el suave cosquilleo que iba dejando huellas de caracol dormido, burbujas de champaña, polvo de estrellas esparcido hacia los cuatro puntos cardinales por el viento, en medio de la noche se quedó la luna aún envuelta en ansiedades, mirando los cristales de colores que saltaron por el aire, y quedaron incrustados en los muros.
Se sumergió Mariana nuevamente en la profundidad de un sueño emocionado, mientras su cuerpo en forma lenta volvió a latir tranquilo, como si toda esa vivencia no hubiera sido nada más que solo un sueño aletargado.
Y al despertar, oculto entre sus dedos, al igual que en las murallas de su cuarto, encontrará Mariana en un puñado, las coloridas piedras en las que fueron transformados sus suspiros.
15.08.2005
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