“¡No seas tonta!” me dijo con tono imperativo y voz aletargada, y cerró la puerta. Me pregunto que habría sucedido si en vez de apagar la luz hubiese continuado mi relato. Aquello habría implicado no prestarle mayor atención y seguir bebiendo agua en ese tazón amarillo con franjas rojas que tanto me gusta, pues habría estado muy concentrada para detenerme. Quizá él volvería unos segundos más tarde, siendo mucho más agresivo que la última vez, quizá habría perdido la completa compasión y no hubiese dudado en pegarme una cachetada. Lo más probable es que con el golpe hubiese caído al suelo pasando a llevar la máquina (puesto que cualquier fuerza se quintuplica cuando existe ira), y me habría percatado también de franjas rojas de mi tazón favorito desparramadas en la alfombra húmeda. Pero…¿por qué tanta luz? ¿Son..rayos? No me gustan, les temo…y ese olor…¿acaso algo se quemó? No importaría…
Y entonces yo comenzaría a llorar y a maldecirlo a él y a mi existencia, habría cogido algún objeto pesado (un zapato tal vez, sí, ese zapato azul tan bonito que solía usar) y me habría golpeado en la cabeza hasta quedar media aturdida para ver si la angustia, impotencia y tristeza lograban desaparecer. Y si no desaparecían, seguramente, con la desesperación, habría buscado la primera cosa punzante que tuviese a mano, mi portaminas verde, sí, sí, ese me habría servido muy bien. Ahogada en lágrimas, cerraría los ojos y presionaría…presionaría con todas mis fuerzas, hasta que alcanzara a percibir un líquido tibio que humedeciera mis dedos, mis muñecas, todos mi brazos. Pero… los minutos pasarían y, mis ojos estarían ya secos. No quedarían lágrimas, pues el dolor se habría encargado de absorberlas una a una, desde la más profunda a la más superficial para que no quedara ni un solo rastro. P…p…pero y ahora qué? No veo, no escucho, tiemblo de frío, de pena, soledad, y le observo fijamente….observo su mancha, su sombra.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Quizá, si hubiese apagado la luz, él no se habría vuelto a levantar y ahora dormiría en una cama como la gente normal. Quizá, si él no me hubiese golpeado con tanta fuerza no habría derramado el agua en la máquina y aquellos rayos no le habrían teñido de negro. Quizá, si el portaminas hubiese estado perdido, yo no tendría estas cuatro paredes blancas a mi alrededor, ni tampoco correas apretadas en mis brazos cortados. Quizá, si no hubiese seguido escribiendo, no me habría llamado tonta. Quizá, sea mejor seguir olvidando.
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