Las marcas de la locura se hacen presentes en mis brazos, mientras mi cara refleja una lucided inexistente.
Dañarme por fuera para no sentir por dentro es la vía de escape más rápida y fácil que pude encontrar, y la seguí sin mirar atrás ni pensar sobre quien pisaba.
Momentos de puro egoísmo en el que mi bienestar estaba por encima del sufrimiento de los demás, y de mi integridad física.
Una mente sin razón y el alma putrefacta hicieron de mí un despojo. Lo veía pasar cada día y no me importó seguir sin pararme a pensar.
Ya no tenía alma ¿para qué luchar por salvarla de las llamas del infierno? Un corazón helado oculto por una bonita cara y una fragilidad enternecedora.
Pero el espejo me escupió la verdad. Mi fragilidad era falsa y sólo era un escudo para zafarme de responsabilidades. Mi alma no estaba muerta, yo la dejaba que durmiese de forma eterna negándome a que despertara para poder curarse, porque eso supondría hacer un esfuerzo.
Mi corazón sólo estaba cansado de seguir latiendo para alguien que no lo tenía en cuenta.
Y no había tal locura, sólo un alma enferma que agonizaba viendo como su dueña dejaba cada vez luchaba menos.
Mi alma sigue enferma y esa locura, o lo que fuese, dejo sus marcas en mí en forma de cicatrices.
Pero ahora lucho por volver a sonreir sin sentir dolor al hacerlo y por sentir que mi alma está ya despierta.
Sólo espero que todo aquel que se puso en medio y me llevé por delante pueda perdonarme alguna vez.