Como una gema que pende del aire, revoloteas mis labios; bebes la piel que se incrusta dentro de tu boca, hurgando el recorrido de mi lengua. Te lamo, en espirales de agua que atraviesan los sentidos; abriendo lo sinuoso de mi piel, en lo voluminoso de tu sombra. Y el sol explota sus rayos en el borde de mis pechos, como un vértice erecto tallado por tus dedos; endurecido en el amanecer de tu mirada, tierna y frágil. Soy blanco de tus pupilas, que entibian los senderos; del mar; la noche oceánica, que lleva y trae el celo de tu esperma; como una luz de besos, arrojada en la marea de tu cuerpo. Callo; río; suelto el viento de mis manos, en la textura de tus piernas; te agigantas en mi vientre, que acaricia tu sexo; bajo el aliento de la tarde, en que estallan nuestras ganas. Y en tu figura rescatas mi placer; libre; jadeando en el cielo de mi cuello, que se desboca entre tu cara; mío; eterno; con la frescura de la menta en el infierno de las nalgas. Respiro en ti, como un ave taciturna, que arrebata tu deseo; en el cordel de los gemidos, que estrangulan la felicidad. Y duerme tu semblante en mi regazo, silenciando los temblores; mientras la luna se esfuma, en el desfiladero del amanecer.
Ana Cecilia.
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