Tres cigarrillos atrás habría pensado distinto. Pero eso es muchísimo tiempo, años en ese otro tiempo que no compartimos. La pantalla parpadea, da imágenes pero no las entiendo, las suelta, tira y tira caras y muestra voces y canta paisajes ¿Es realmente necesario contestar el teléfono, ahora que por fin suena, o podría obviarlo y seguir pensando en ideas inútiles, rumiar cigarrillos (eres tú o la ensoñación de tu perfume)?

Sergio predijo resultados de este tipo, pero quizás no recalcó lo suficiente sus consecuencias. Eso fue hace ocho cigarrillos. Me sorprende por lo tanto algo de ligereza, que podría metaforizar indiferencia, pero no lo hace y me confunde más aún. No me irrita, no me disuade ni me genera contradicciones, pero me frustra, porque sé que debería hacer y no hago, en un sentido genérico. A veces se me ocurre que el timbre podría avisar respuestas ¿Pero qué podría hacer sino fumar? No hay nada que auricular alguno pueda decirme, y está casi científicamente demostrado que la televisión no es un medio del cual se pueda extraer mucho. Sergio predijo exasperación, predijo caos y hasta destrucción, si los cigarrillos se acababan. Ojalá no lleguemos a esos extremos. Prendo un cigarrillo.

Eres tú, casi seguro. No quiero oír hablar de culpas, de responsabilidades ¿Sería prudente notar cierto desdén? No sé exactamente, sin embargo, si es perfume de otros días o tiene que ver con esto, con lo que hay aquí, con lo que es ahora, con la nicotina. Imágenes con un matiz distinto, mezcla de humo y cansancio. (Debiera abrir una ventana, ahogar en oxígeno pulmones con perfume). ¿Cuántos cigarrillos puedo esperar antes de que las imágenes me den asco, para que el teléfono deje de sonar? Sin duda eres tú, huelo el perfume a través del alquitrán. Sergio hablaba de odio y venganza, de recalcar las culpas, de hacer esperar. Ahora sospecho que es un buen consejo. Hueles a estática, y a blancos y negros que ¿recuerdas? nos dieron consejos al respecto. No sabes tú que huelo el perfume aún a través del humo, sale del timbre mismo (no del auricular, ahora sé) y me advierte que me llamas y me hundes en nicotina, hundido en el mar de humo que se traspasa a la pantalla, me copa los pulmones, me mata muy, muy en silencio.

No, no eres tú, sólo es tu perfume que sale del fondo de la colilla. Debería haberle dicho a Sergio que tomaría al pie de la letra el consejo aquel de ahogarse en la propia obsesión; nunca se me ocurrió hasta ahora cerrar las ventanas. Ojalá que ya no huela el perfume, el teléfono al menos dejó de sonar.