Aquella noche, como siempre, preludiaba una buena ocasión para leer uno de los tantos libros que en la noche anterior, Marcela había marcado con un doblez en la punta, en una de sus páginas, para continuar su amena lectura.
De pronto faltando poco para la medianoche, la apacible tranquilidad fue interrumpida por una violenta sacudida.
Su hijo Vittorio, de apenas quince años de edad, irrumpía en la habitación, blandiendo un filoso puñal que lucía disminuido ante la presencia de su mirada satánica y aterradora.
Saltó sobre su horrorizada madre, sin mediar palabra alguna, se arrodilló sobre la cama, la rodeó con sus piernas y con una furia demoníaca, le asestó 37 puñaladas con real desesperación, como matando al enemigo que debía ser destruido.
El chasquido que producía el filoso cuchillo, le daba ese toque macabro digno de cualquier película de terror.
Las heridas fueron hechas en la cara, el cuello y el pecho de la inocente mujer, pagando así con sangre, la devoción que aquel hijo recibió durante 15 años de plena entrega maternal.
Marcela no atinaba a comprender, ni tiempo tuvo para acceder a ello, el porqué del desmán de su hijo y ya mortalmente herida, luego que su vil asesino la dió por muerta, se arrastró hacía una repisa, a pocos metros de su cama, y logró alcanzar el auricular para mancharlo apenas, con la sangre que manando a borbollones, salpicaba su rostro y su ropa, en una dantesca y macabra escena.
Todavía con la respiración acelerada, se dirigió rápidamente, hacía la habitación contigua e irrumpió con la misma violencia, contra Lissette, una joven estudiante que vivía alquilada en la pequeña pero confortable habitación, justo al lado.
Con los ojos desorbitados por la impresión y el pánico producido, fue manchada con sangre su hermosa figura, por el mismo cuchillo que se hundió por 33 veces en su esbelta humanidad, produciendo un mar de sangre y terror por toda la habitación.
Las vísceras de una paloma muerta, fueron esparcidas sobre el cuerpo agonizante de Lissette, en un ritual satánico, con la consabida invocación al demonio por parte del enfurecido menor.
Su cuerpo se encontraba, con su brassier desplazado, con las piernas abiertas y los brazos extendidos como simulando una estrella con cinco puntas incluida su cabeza, rodeada por un circulo que representaba, según el ritual, el pentagrama del diablo, infundida por la presencia omnipotente del príncipe de las tinieblas y que representaba el sacrificio, como tributo y complacencia para quien lo invocaba.
Con la mirada perdida en su inocencia y locura, luego de ser detenido por la policía, el joven reaccionó incrédulo ante las pesquisas reiteradas de las autoridades, con el aliento degradado por la droga y los estimulantes psicotrópicos, que irremediablemente, son consumidos antes de cometer cualquier fechoría.
Vittorio, desde hacía tres meses, había conseguido ingresar a la secta religiosa denominada Cracri y cuyo lema era “Odio a Dios, odio a la familia y odio a la patria”, suerte de atracción fatal para aquellos jóvenes desadaptados que reflejan el descontento y rebeldía, producido por la absurda situación que la vida les presenta, cuando el divorcio de sus padres, detona pasiones incomprendidas.
La impresionante y macabra esencia, está en la mente de seres que creen inadmisiblemente, que la vida no es una razón de ser y que no representa una primicia del verdadero poder divino.
Vittorio tan solo es otra victima de la sociedad y las dos damas, que inocentes se vieron involucradas, hacen del drama una verdadera trilogía del protagonismo de lo absurdo y la estela de lágrimas y sangre tan solo son,... ¡Las huellas que lo definen!.
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