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Osvaldo debía mantener bajo perfil y mucha cautela, evitar ser observado por algún curioso. Llevaba su mejor traje, el rostro afeitado al ras, el sombrero chambergo de fieltro, los zapatos brillando como metal, y su portafolio oscuro.
Tocó el timbre en una antigua casa del bajo con fachada de alto estatus. Perteneciente a una familia tradicional porteña muy nombrada por sus vecinos, y renombrada por su poder.
Atendió un hombre delgado que parecía ser el conserje y lo condujo silenciosamente hacia un jardín de estilo clásico muy cuidado, entre macetas repletas de flores y una extensa enredadera que ascendía esquivando las ventanas de una gran pared. Se percibía el feliz sonido del agua corriendo emitido por una pequeña fuente.
Esperó sin pronunciar una palabra hasta que apareció un hombre mayor, bastante petizo. Creyó que era el dueño de casa, pero se presentó como el mayordomo. Parecía ser el vocero de la familia, el hombre que filtraba lo que se debía saber y lo que nadie debía conocer. Estaba consternado a causa de lo sucedido, causa por lo que Osvaldo estaba allí. Su tarea consistía en deshacerse de una rata, eliminarla, no dejar rastros de ella: que nadie se entere de su existencia. ¿Cómo una familia donde todos sonríen con blancos dientes, ejemplo de bienestar y progreso, titular de la sociedad de beneficencia del barrio podría convivir con una rata en su sótano?
- Dime, ¿tú eres el cazador de roedores? – preguntó en un mordaz y gritón acento español, el mayordomo.
- Así es – respondió Osvaldo con tono claro y neutral sin expresión alguna.
- Bueno, venga, vamos, rápido. Pase al sótano que estos demonios se propagan como la fiebre.
Ambos atravesaron un largo pasillo que conducía hacia la parte posterior de la casa donde se acrecentaba el deterioro de las paredes y la pesadez se sentía en el aire. El hombre sacó un manojo de llaves, colocó una en la cerradura y miró fijo a Osvaldo.
- Yo le digo cuando la abro y usted pasa como el viento, ¿entendido? – no espero respuesta de Osvaldo – Cuando tenga que salir golpea la puerta y yo la abro. No quiero que nos tome por sorpresa ese roedor.
Luego de una señal abrió la puerta y Osvaldo entró de un paso al interior del sótano. Comprendió todo. No solo estaban consternados, sino aterrados: el animal hoy era un intruso, pero próximamente serían más y más hasta convertirse en una plaga imposible de callar. Cientos de colas y aullidos habitarían el lugar que nadie volvería a ver.
Si la casa olía a humedad, el sótano supuraba hongos y moho. Una sola luz se prendió al accionar el interruptor; hasta ese momento su única sensación fue olfativa, ya que el silencio y la oscuridad encubaban la sensación de estar nadando en la nada. Gracias a la tenue luz pudo observar, desde el tope de las escaleras, un sitio repleto de trastes viejos sobre un suelo de madera. Esos objetos ya inútiles parecían resumir la historia de la familia que habitaba la casa: retratos de antepasados ya olvidados, pilas y pilas de diarios y revistas, muebles de estilo clásico bastante deteriorados y carcomidos, telas ya oscuras y demás objetos envueltos en un velo de polvo. Restos de siglos pasados escondidos por siempre.
Recorrió el lugar colocando cebos y trampas, esquivando viejos muebles cubiertos por mantos que generaban intrigantes formas. Había tantos como para amueblar una casa del siglo pasado. Osvaldo comenzó palpándolos casi como un juego, adivinando qué escondía, mientras continuaba su labor.
Ya dispuesta una red de ratoneras, reinaba el silencio. La curiosidad inicial devino en una indagación sobre el pasado familiar: armas de fuego antiguas, afiches de diferentes partidos políticos, retratos en pintura y fotografía, cuadros deteriorados representaban estancias o animales de caza.
El chasquido seco y veloz de una ratonera ubicada debajo del cuadro que coronaba el espacio detuvo su investigación. Se acercó y comprobó que la rata estaba moribunda: el trabajo había concluido.
Recibió su paga en el zaguán de la casa; ambiente a salvo de todo vecino mirón. Con Osvaldo ya eran cuatro los exterminadores de plagas contratados en el mes; una familia tan distinguida no sacaría sus pecados a la calle. El sistema funcionaba, aquel sótano era fruto de una depuración eterna.

Texto agregado el 15-08-2005, y leído por 103 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-08-2005 muy bueno y muy bien logrado,te felicito !!!*5 lagunita
 
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