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Yo me peleé con Dios, y era dueño de mi más grande aborrecimiento y quizás parte de mi odio.
Decidí no creer. ¿Cómo creer en alguien que había permitido tanto dolor?.

Que tonta fui al pensar así, y al darme cuenta que entre las tiniebla, y el polvo, como el gato en la oscuridad, el único que ve claramente es él. Y me mostró su bondad infinita y con palabras claras me explico que es tan grande su justicia que no la podemos ver siempre con claridad.

Su visión es ilimitada; él mira horizontes que yo jamás miraré, y ve senderos que no quiere que ande, y tiene que cambiar el rumbo de mi vida para evitarme daños irreparables. Tiene que dar lecciones que aprenda para siempre. Tiene que darme dones y virtudes que a veces sólo se forjan como las espadas, a golpes y ardor.

Y es un gran maestro. Él enseña y vuelve a poner a prueba para saber si en verdad hemos aprendido, pero pobre de aquel que no halla puesto atención en la lección, que no tenga los ojos y los oídos bien abiertos, porque la reprobación es más pesada que una simple frustración.

Pero hay que aprender a escucharlo, porque es un señor un tanto complicado, usa tecnicismos y palabras rebuscadas que a veces no entendemos, o hablan tan bajito que en ocasiones ni siquiera sabemos que nos habla.

Que absurdo es decir, “no me hablas… ¿por qué no me hablas, por qué no me respondes?” Y lo decimos con desesperación absoluta, con angustia, y creo que él siente la misma angustia y responde en el mismo tono: ¿por qué no me oyes, por qué no comprendes?

Porque de momento preguntamos, ¿soy bueno? Y al día siguiente sin darnos cuenta y de corazón nos vemos ayudando a algún necesitado, y no escuchamos sus respuestas.

Pero pedimos tantas explicaciones, sobre todo y casi siempre… ¿por qué haces eso? La explicación es tan larga, que a veces pasan años enteros antes de que termine de explicarte la razón, pero nunca calla.

Nunca nos niega el libre albedrío y siempre nos deja hacer lo que nos plazca sin reproche alguno, pero con los ojos vigilantes, que miren nuestra justicia y nuestros errores, errores que no se pueden quedar en la nada, porque tan pendiente está de nosotros como de los demás. Lo triste es ver que pocos en medio del castigo lo miran a los ojos y dicen: “Lo acepto, me equivoque y ahora comprendo que no debo ser así”. “Me fue mal, pero está bien, necesitaba esa mala racha, ese jalón de orejas, ese abrir los ojos”. “yo lo busqué, y ahora lo acepto”.

La gran mayoría pide porque las cosas no sean como son, que las cosas cambien, que les perdone el error, que no sufran tanto; pero lo placentero es entrar decir, “quiero que estés conmigo en esto que estoy viviendo, no lo cambies, porque yo sé que tiene un fin bueno para mi vida, enséñame a ver el lado bueno y a aprender en medio de este dolor, asumo mi culpa si es que la tengo y acepto tu justicia divina que jamás se equivoca, en tus manos no hay errores ni equivocaciones, jamás hay injusticia ni situaciones sin sentido ni razón. Yo sé que si hoy no encuentro la finalidad de esto que vivo, la veré mañana, pero no permitas que me mantenga con los ojos cerrados”.

Y lo más grandioso es que aunque le gritemos, lo insultemos, lo ofendamos cuando estamos molestos, él lo comprende, y nos mira y calla, como el padre que sabe que mañana el hijo entenderá que lo hizo por su bien, y cuando necesitamos de un abrazo siempre está con los brazos extendidos, y dispuesto a darnos su consuelo y su amor, a enjuagar nuestras lágrimas sin reproches sin reclamaciones, sin rencor alguno.

Por eso hoy es mi mejor amigo, y le he pedido perdón por ser una amiga muy injusta, por esperar siempre que él me dé y no darle nunca nada, por tenerlo con los brazos extendidos a un costado de mi y no haberlo visto y haber dicho que me sentía sola y desconsolada, dándole la espalda, que feo sentiría si me lo hicieran a mi.

Por creer a veces que no había una mano que me ayudará y haber tenido su mano extendida con tanto amor en la cuenca de su mano.

Porque si lo hubiera visto en aquel terremoto que tanto daño me hizo, hoy habría 80% menos de dolor en mi alma y habría podido romper esa cadena mucho antes.

Hoy lo siento siempre, junto con mis ángeles eternos que jamás me dejan, y voy pasando por caminos difíciles pero con el corazón puesto en él, creyendo siempre en él, sin juzgar y con los ojos muy abiertos para ver siempre lo mejor, y saber que en cada lágrima siempre hay una razón justa y certera.

Ya no le tengo miedo al dolor, sino respeto, y quiero compartirles ese amor, y darles esa visión que yo encontré.

Pero para encontrarlo necesitamos primero perdonarnos a nosotros mismos, él no nos tiene que perdonar nada, somos nosotros los que inconscientemente nos castigamos bestialmente, y nos buscamos problemas y encontramos consecuencias, y nos penalizamos y de pronto nos vemos flagelándonos frente a la vida. Y tontamente lo culpamos a él.

El espera que nos aprendamos a querer para podernos querer.

Texto agregado el 15-08-2005, y leído por 125 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-08-2005 Me ha llegado muy profundo, es un texto bellísimo en su contenido, de una verdad absoluta, que para entenderlo tienes que vivirlo. Tus palabras están llenas de sabiduría, que sólo un espíritu como el tuyo puede expresarlo en estas bellas palabras.Felicitaciones y muchas gracias por compartirlo...Un abrazo fraternal. KENDRA
15-08-2005 mmm... no lo se... Yo, como el mas ateo de los hombres, no encuentro mucho sentido en tus palabras... Me alegro porque ahora tengas la fuerza para seguir... Concuerdo en que tontamente nos penalizamos, pero el no tiene nada que ver... krl
 
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