Hay noches que revelan en su interior verdades y develan sentimientos. Noches despiadadas que no miden su poder y avasallan sin remordimiento.
Una de esas noches se cruzó en mi camino, y me gritó tu nombre y te miré tendido.
Jamás podré describir el dolor que sacudió mi pecho, ni volveré a desgarrar mi voz con el lamento y el grito de mi desconsuelo.
¿Cuántas cosas no le dije?, pensaba en ese momento. Y con la furia de mi rabia y el sentir de mi desvelo, le gritaba al viento que te amaba para que él en su apresurado vuelo te susurrara al oído lo mucho que te quiero.
¿Por qué Dios mío, por qué tuve que esperar hasta que esto sucediera? De nuevo frente a las palabras calladas o mal dichas, frente al silencio y la risa de todo aquello que se calló adentro y que ahora decirlo de nada valía.
¡No de nuevo! Ya he vivido este momento; y sujetándome a las cenizas de un muerto quise buscarle el oído para decirle tiernamente “Te amor”, “Te quiero”. Jamás encontré el oído, y sólo porque una luz de una estrella me alumbró la cara en un anochecer como si me sonriera, diría que no me pudo escuchar, pero sé bien que me escucho y que sabe bien que le amo.
La desesperación de ese entonces volvió a mi lado. La misma historia no podía repetirse, pues no había nada que me asegurara que mi voz volvería a ser tan fuerte como para que tú alcanzaras a oírme.
Sin embargo, lo soñé, ya no había una noche más para poder decirlo y el amanecer traería consigo todo el temor y la inseguridad de despertar y verte tendido.
Dios debe saber que en el fondo he sido buena.
Que hace poco entregue de nuevo mi alma en sus manos y que lucho fuerte por enmendar caminos, y no podía aplastarme con tan cruel destino y me regalo en ese amanecer tu sonrisa y tus sonidos.
Somos sin duda dos estrellas distantes, lejanas, muy iguales, pero tan lejos que gracias a ello no estallamos por el poder que emanamos haciendo explotar en mil pedazos la una a la otra sin quererlo.
Poco hablamos, poco decimos y quizás, hasta poco nos miramos, pero también, eso, eso poco importa, pues el amor que sentimos es tan fuerte que no se necesita gritarlo, es tan grande que no puede existir ni la menor duda en ti, ni en mí ni en nadie de que existe, que en el fondo somos fuego y aire unidos para arrasar con todo lo malo cuando no los propongamos.
Por eso, después de vivir en sueños el desgarrante sentimiento de mi silencio y tu muerte, he decidido con la firmeza de mi puño decirte así, casi al oído, que te quiero, que te amo, que te rezo, cuando de rezar me acuerdo, por ti.
TE QUIERO, y seas como seas, y sea como yo sea, sé bien que ni tú ni yo debemos dejar de querernos,. Porque el amor no lo sentimos por los actos, sino porque lo llevamos dentro, donde nadie podrá cambiarlo, porque nuestra sangre respira de eso. |