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Inicio / Cuenteros Locales / NemesisAmante / Te amaré toda la vida - Segunda Parte

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Estuve una semana en casa de los Bocelli. Una semana inolvidable. La madre era una mujercita menuda de cabellos oscuros y ojos verdes más parecida a Giovanni que a Gia. El padre, sin embargo, era un hombre alto y fuerte de cabello oscuro y ojos más negros que una noche de luna nueva. Su semblante, más bien cetrino, era inmutable. Sus ojos no expresaban ningún sentimiento pero demandaban obtener alguno. Mientras la madre, Speranza, tenía la mirada alegre, la sonrisa de madre afectiva permanente en el rostro aún joven, y aquella manera suave y delicada al hablar, como si te cantara una nana muy bajita para que solo tu oído fuera partícipe. Era un concierto personal. Hasta el día de hoy añoro esa voz para calmar mis angustias. Era una mujer buena, un tanto sabia aunque lo escondía tras la sonrisa. Gioia, aunque su nombre significa “Alegría” era una mujer tranquila, segura de sí misma que caminaba como si el mundo le perteneciera. No era egoísta o egocéntrica, simplemente estaba consciente de su belleza e inteligencia. Había leído casi cada libro que había en la surtida biblioteca de la casa. No era una casa muy grande, he de añadir, apenas un techo sobre postes más viejos que la misma Italia. Pero allí, lo que faltaba en pintura, muebles o decoración, sobraba en libros. Forte, el padre, creía que lo único que nutria el cerebro eran aquellas páginas amarillas. No estaba muy lejos de la realidad. Gia, era muy amable conmigo. Me enseñó la casa, y los alrededores que daban a un pequeño bosque, que no era más que unos árboles sembrados hace mucho tiempo formando un camino hasta el riachuelo. Su compañía me entretenía y me recomfortaba. Solíamos sentarnos cerca de lo árboles y mientras yo fumaba ella me leía algún trozo del libro que estuviera leyendo. Aprendí un poco de cocina, ciencia, matemática, y que las mujeres de las novelas siempre son apasionadas. La miraba largo rato, extasiado en su rostro y su acento italiano. Hablaba un inglés fluido que me emocionaba sin saber por qué. Era una mujer inteligente, hermosa, buena... y comprometida. Ese era el problema. Su prometido apareció un día de esa semana. Creo que era miércoles porque ella había decidido sentarse a pintar con acuarelas al amanecer y me invitó a acompañarla. Al mirar su versión del amanecer me pareció que la vida era más hermosa. Conservo el cuadro aún. Está colgado junto al espejo donde miro mi reflejo cada vez más viejo, todas las mañanas. Su prometido se parecía mucho a su padre. Alto y fuerte, de cabellos oscuros y semblante impenetrable. Era rico, me dijo al oído Gio cuando lo vio llegar. Esa explicación, pensaría él, era suficiente. Intenté no ser pre-juicioso solo porque me gustara Gia, pero ¿cómo evitarlo? ¡El tipo era un pedante! Criticó todo lo que vio, y a todos los que vio. Cuando se fue en su auto caro y lujoso, la familia exhaló aliviada... Todos menos Gia. Creo y estoy casi seguro, de que ella sabía que viviría toda la vida angustiada por aquél hombre y por tanto no valía de nada sentirse aliviada. Lo vio marchar como quien ve marchar una hormiga. Simplemente no le dio gran importancia, creo que nunca lo hizo. Callada me sonrió tristemente y entendí. Entendí que no lo amaba, sino que era un hombre rico que ayudaría a su familia y a ella misma a salir de allí. Lo que no decía nunca y ví en su mirada el día que me marché cuando le hablé de... muchas cosas; era que ella adoraba su hogar. Era su rincón alejado del mundo. Lejos de la moda, las mujeres sin cerebro, los hombres de dinero que dan fiestas de caridad no por caridad sino por posición social y de toda la inmundicia de la sociedad. Lo que más recuerdo es que me hacia reír. Rara vez hablaba, pero cuando lo hacía, tenía un humor mordaz e irónico que me intrigaba. Su lengua viperina me resultaba interesante, algo que sólo con ella me sucedía. Así pasó casi toda la semana. El sábado me levanté de madrugada, serían como las dos de la mañana, y salí al patio a fumar. Escuché entre el silencio, sin embargo, un susurro de voces y caminé suavemente para no hacer ruido por el camino del riachuelo. Ví dos sombras muy cerca de mí. Caminé hasta colocarme en un arbsuto del que las observaba claramente. Una de las sombras era Gia con su cabello enmarañado y su bata de dormir blanca mesiéndose en el viento. La observé estirar la mano y tocar el rostro de la otra sombra... Parecía la sombra de... la sombra de una mujer menuda de cabello oscuro. Tenía una capa larga que le caía sobre los tobillos. Se miraron en silencio un segundo y Gia posó su mano en la mejilla de la otra mujer. Deslizó sus dedos por la tez suave y la atrajo hacia sí. Se besaron ante mis ojos. Aquellas dos mujeres se besaron apasionadamente, pero con una dulzura terrible. Parecía que deseaban compenetrarse, ser una sola mujer. Se abrazaron al besarse y Gia la tomó fuertemente de los cabellos. Me dije que debía irme, que era un momento personal, que no debía presenciarlo porque no era para mí. Gia llevó sus dedos a la capa de la mujer y la soltó. Mis pies se pegaron al suelo por iniciativa propia. Estaba desnuda bajo la capa. Su tez era blanca, demasiado blanca en comparación con su cabello oscuro. Sus senos pequeños se ergían orgullos hacia Gia como si anhelaran ser tocados por sus labios. Su pubis cubierto de un espeso vello oscuro formaba un triángulo en el medio de su cuerpo. Gioia tomó aquellos senos entre sus manos y los besó suave y delicadamente. ¡Debía irme! Eso era algo personal que yo no debía presenciar. Pero lo presencié, no pude evitarlo, estaba fascinado. Quizá también un tanto excitado, pero más que nada era la belleza de aquellas mujeres, ese amor que las unía en las noche, esa pasión que no tenía límites. Observé el cuerpo desnuda de ambas, que compenetración perfecta, que majestuosidad en las sombras. El cuerpo de Gia desnudo... no tengo palabras para describir lo que aún me llena el pecho al recordar el momento y es por eso que ese recuerdo de su piel blanca me acompañará a la tumba. Las ví amarse a besos, mordiscos, piel desnuda contra piel desnuda. Las escuché gemir y susurrar. Las observé retorcerse de deseo ante cada roce de sus pubis. Pude contemplar el acto de amor más apasionado de mi vida. Al final, cuando yacían sobre el césped exhaustas y estaba por retirarme silenciosamente Gia se sentó y puso la cabeza de la mujer en su regazo. Esperé, atento. La besó suavemente y ambas se levantaron. Aún desnudas, Gia acarició el rostro de la otra mujer y besándola suavemente en los labios dijo algo que capté claramente y pude entender aún con mi pobre italiano.
- Te amaré toda la vida, Stella. – y se abrazaron fuertemente. Cuando Gia se viró para ponerse el camisón, su rostro miró directo a mis ojos. No sé si me vió allí o me intuyó... Yo por mi parte sólo tenía ojos para la lágrima que corrió por su mejilla.

Texto agregado el 14-08-2005, y leído por 414 visitantes. (22 votos)


Lectores Opinan
15-09-2006 Muy bien escrito, y apasionante. Coincido que la frase final es justa marcelodelsur
30-07-2006 Honestamente, me perdi un poco al principio... pero, me ganaste de nuevo a mitad de capitulo! Y esa frase final, que cierra este capitulo, quedo hermosisima! 5* aruald
29-07-2006 Encantador, sutil, real.***** purosentimiento
29-07-2006 genial! ***** sigo... :) indianala
05-12-2005 Pasional!! anyglo
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