Hacia semanas que Martina miraba embobada el pececito a través del cristal, conforme pasaban los dias mas tiempo se la pasaba frente al vidrio viendo los ojos del animal, contando cuantas veces abría y cerraba sus branquias, eran muy pocos los momentos sin que el pez estuviera presente en el ir y venir diario de Martina, con el agregado de que últimamente el había comenzado a golpear con su boca el vidrio.
Esa mañana no era diferente de otras a no ser por la llamada de atención que le dio su padre.
- No golpees mas el vidrio hijo, enseguida vamos a ir a comprar otra compañera de color negro para Martina, pobrecita hace un año que esta sola tras el vidrio.
Y tranquilamente, padre e hijo se fueron nadando a la tienta de mascotas humanas.