Yo quiero ser arriero. Si lo soy no tendría que hablar nada. Todas las noches me sentaría frente a la fogata a no pensar. A fumar una pipa rara o comer lentejas en lata, o charqui. Y me envolvería bien envuelto en mi manta para sobrevivir el frío de la cordillera. Y nunca expresaría nada con el rostro, porque los arrieros no necesitan expresar nada. Tampoco necesitan cosas intrascendentes, como un techo o lazos con gente. Los arrieros son como el fuego o el charqui; son no más; suben amarillo naranjos; se comen, carne seca.

Y no se me secarían los pulmones; no necesitaría decir tanta cosa... Bastaría con el caballo, el lazo, la llama nocturna, la mirada sin nada adentro. El vacío aceptado, confirmado; nada de cuestionamiento extraño.

Podría respirar lento. Lento y pausado. Y al cabo de los años olvidaría la lengua humana. Luego se me borrarían los recuerdos. No me daría cuenta cuando ya deje mi humanidad tirada en algún recoveco de la pampa eriasa o una cuevita amiga, congelada, piedra blanda.

Me fusionaría con la noche; yo y la leña. Respiración lenta; lenta y pausada.
El viento sería tan helado... me marcaría la sombra; me curtiría la cara; me ajaría los ojos.