Tibio como un tazón de soledades desechadas al olvido, inconstante, destemplado, sus ojos eran dos escarchas de tristeza alojadas en la opacidad del mundo. Lo vi tras la voluntad de acercarse al encuentro de su sino, acorralado en el poder del tiempo, inserto bajo esa irregularidad de la barbarie. A veces esa pálida mirada rozaba su semblante, como una gota de rocío expuesta al mundo, otras, sólo la negrura de esa piel contrastaba con el resplandor de las mañanas. Tambaleante, impreciso, caminada amistoso por la vida de otras vidas, herido, magullado entre los pasos de una realidad. Y la gente se paseaba por esos precipicios de cemento, paralelos y gigantes, en perdidas caminatas de infortunios, trasladando sus pesares bajo una marea de sueños que a todos arrasaba. Yo pude rastrear su corazón, ante ese tiento dolorido que aún pendía involuntario, palpar la nitidez de sus conceptos hasta desatar el cielo atravesado por sus manos. La calle moría en un azul de soledades, mientras su silueta volvía a caminar el tiempo de una libertad, que comenzaba a respaldarlo...

Ana Cecilia.