Y el universo gira como un juguete silencioso, en manos de unos pocos; cambiando figuritas de metal, por soldados de carne y alma. Nada más ridículo que un hombre con poder, arrojado al deseo de su vanidad; manipulando mentes y mísiles, para salvar el coraje que nunca tuvo, en su miseria. Nada más vergonzoso, que ver sus rostros deleitarse ante el estruendo de las bombas, ejecutadas por su propio mando; a manera de una gigantesca “batalla naval”, sin idiosincrasias. Leves; cobardes; falsos; recostados en la cumbre de su anonimato, para vencer al prójimo; ignorantes; exiliados; amantes de la caza de su propia especie. Sus vidas delatan la escasa buena voluntad de mantenernos ilesos; rodeados por asesores y ministros, adoctrinados para un mismo fin: su propio ser. Y así nos rondan la vida, con traje y corbata; carentes de moral ni dignidad, que contrarreste sus miradas opacas; libres de cargo y culpa, para seguir asechando víctimas. Bajo el hielo enraizado en su sangre, o las pupilas tendidas al infierno; aquí y allá, flotan sus ideologías mal procreadas, latiendo en las fronteras de las vidas, que se siguen desgarrando, en cada amanecer.
Ana Cecilia.
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