El temblor pueril en las manos era casi insoportable, sus frentes lívidas y sus cuerpos trémulos no dejaban disimular los fuertes y anormales latidos del corazón aquella noche.
Estaban algo temerosos y cada mirada encerraba un millón de pensamientos furtivos que les proyectaban cierto rubor en las mejillas.
Ella se sentó en la cama ensimismada en sus pensamientos, cada cierto tiempo lo observaba buscando, tal vez, interpretar su mirada y sus movimientos.
Él cerró la puerta y en un ágil movimiento fue a posarse en la ventana de la habitación; el eco de la espuma y el rugir del océano se oía captando la atención de ambos, en todo el horizonte se extendía un infinito marítimo oscuro como el espacio y el cielo estaba plagado de estrellas enormes y tiritantes.
Así pasaron algún rato, en silencio y penumbra, preguntándose entre muchas cosas cual seria el siguiente paso. En una de esas, sus miradas se encontraron, pero ambos bajaron las miradas avasallados por el momento, buscando tal ves alguna respuesta en el piso alfombrado de rojo.
A las doce y media no pudo dominar sus sensaciones y fue a sentarse felinamente junto a ella; ante las moribundas luces la veía mas bella que nunca; estaba titubeante e indecisa pero cada ves mas encantadora, la veía ruborizada, expectante y con los labios y la mirada en el extravío. Aun así reconocía en su semblante a la adolescente segurísima y locuaz que le robo el corazón y la vida desde la primera mirada hace ya muchos años.
Empezó por delinear tiernamente sus cabellos y acariciar con las yemas de los dedos sus mejillas ruborizadas en las cuales deposito un cuidadoso beso, le tomo una mano en la oscuridad y la estrecho con ternura llevándosela hacia su pecho y preguntándole a ella si sentía su palpitar turbulento y febril.
Ella contestaba sin palabras, algo similar ocurría en ella, sus ojos eran grandes, bellos y muy expresivos y reflejaban muchísimo de su personalidad; alcanzo a decir un imperceptible te amo que el eco de las olas no dejo oír.
Él también se lo dijo, casi ahogando un grito y un suspiro, la estrecho en sus brazos y le prometió amarla hasta la muerte. Ella le dio las gracias hasta el amanecer, él también.
El matrimonio se llevo a cabo en la catedral de la cuidad, hubo champaña, whisky, vino y agasajos, muchísimas fotografías se tomaron y muchas sonrisas quedaron registradas para siempre en el álbum feliz de bodas.
Ella terminaba de casarse con un dermatólogo a quien conoció un año atrás en la universidad.
Aquel amor adolescente de varios años atrás se acabo como se acaba un sueño o como se cortan las ilusiones por un echo imprevisto, su paso fue fugaz e infernal como pasan algunas cosas que forman parte de las vidas.
Por su parte él pudo recuperarse después de algún tiempo al dolor de la ruptura y se fue a vivir al extranjero atendiendo los consejos de sus padres y amigos. Tenía una linda novia española a la que en
Ciertas noches frente al mar confundía con una locuaz y segura adolescente que le robo el corazón y la vida hace ya muchos años.
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