Cierta noche, María Celeste, de seis años, le enganchaba sus bracitos a su papá por encima de sus hombros, rodeándolo con cariño, mientras le preguntaba con curiosidad:
.-Papi, ¿Por qué lloramos los niños?.-
.-¿Por qué lo preguntas, mi amor?.-le inquirió el padre intrigado
.-Es que no entiendo porque los niños tenemos que llorar, si somos tan felices.-
.-Pues....ejem....bueno, .-le dijo tartamudeando quizás tratando de atisbar una respuesta adecuada.
.-Hay muchas clases de llanto. La explicación es que Dios, nos dió el llanto para desahogar penas y dolores, angustias y pesares, miedos y continencias, infelicidades y fracasos, en fin, nos concedió la oportunidad de reconocer mediante el llanto, la respuesta adecuada y la tregua, para enmendar nuestros errores.-
.-Papi,...pero yo no tengo nada de eso y sin embargo a veces lloro!!
.-Ahh, pero es que Papá Dios como es tan sabio, hizo el llanto diferente para los niños, para mitigar su dolor físico y el temor a lo desconocido tanto para demostrarles, que su amor está presente en ellos, como para señalarte que te ama a ti también, pues en cada una de tus lágrimas, llevan toda la carga de felicidad que su poder exime. ¡Es la placidez pura que viene de él! y esas, tus lágrimas, ...¡Son del alma!
.-María Celeste, se fué a la cama, colmada de esa felicidad infantil que se atesora a su tierna edad y se durmió repasando en su cabecita, las enseñanzas de su padre.
.-¡Buenos días mami,...¡Te quiero mucho!.- le dijo María Celeste a su madre como todos los días al despertarse, pero le añadió sin embargo:
.-¡Hoy quiero derramarte mi alma y llorarte mi felicidad!.- Mientras tanto, su mamá la abrazaba con todas sus fuerzas como para no dejar escapar, ese llanto inusitado de dicha y felicidad.
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