Aquella mañana me había levantado atrasado para ir al trabajo, como ocurría después de un carrete, medio con la caña, medio con sueño. La llovizna invernal de la madrugada lavaba mi rostro con su tenue y gélida textura, mi nariz enrojecida por los escasos 2° centígrados luchaba por calentarse con el humo de un cigarrillo trasnochado, hasta que de pronto detrás del vidrio empañado la pude ver, su rostro pálido y el cabello mojado me remontaban a mi etapa escolar, cuando la solía espiar desde mi ventana... salía de su casa para ir al colegio, era ella , sin duda era ella, pero tal como en ese tiempo no podía hablarle. Busque en mi repertorio alguna excusa para bajarme de la micro pero me era imposible, mis piernas cansadas por la larga caminata nocturna entre bares me hacia deponer la actitud, aunque mis deseos de poder estar al lado de ella, tan solo para sentir su perfume me hacían perder los estribos.
De pronto y así como un golpe detrás de la nuca, el semáforo cambio y todo volvió a la rutina, aparecieron los maestros de la construcción con sus bolsos cargados, escolares colgando de la pisadera, señoras con niños que muy arropados lloraban por sus resfríos propios de la estación... cuando volví la vista para verla por ultima vez ya no estaba , fue en ese momento cuando me di cuenta que había subido al micro, pero ya era tarde yo tenia que bajarme.
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