Tanto él como yo sabíamos lo tanto que nos deseábamos, era una semana fuera de casa, yo me encontraba visitando a mi madre para el día de su cumpleaños.
Fuimos a cenar algo ligero, en nuestras mentes estaba el morbo a millón y no queríamos que nada ni nadie entorpecieran este encuentro tan esperado, casi nos comíamos con nuestra miradas…
Llegamos a casa, yo me di una ducha para refrescar mi hambrienta piel de sus cálidas caricias mientras él preparaba nuestro lecho con suaves sabanas de seda color blanco y de fondo un hilo musical de Rabel.
Bajé el volumen del teléfono y apagué nuestros celulares.
Pese que me sentía algo cansada por el viaje, nuestros cuerpos se amoldaron uno al otro, sus toscas manos exploraban la acalorada playa de mi piel de ébano, parecía como si fuera la primera vez que hubiese estado bajo su dominio, su gran soldado empezó a sentirse erguido tanto que estaba preparado para penetrar y sitiar las tierras que con amor había conquistado.
Con su mirada desvestía mi desguarnecido ser y me gritaba que lo hiciera mío hasta hacerlo fenecer…fue hermoso como nos amamos esa noche…sus quejidos se confundían con el cantar de los grillos y nuestro sudor uno era…
Su musculosa y tibia lengua navegaba en las profundidades de mi interior, saciando su sed de mi, su elegante caballo con un toque salvaje se rendía ante la hermosura de mi diosa Venus que ya hacia en los brazos del dios Eros.
Lo demás no lo podría describir…, palabras faltarían para poder contar que me sentí en la gloria sin estar en el cielo.