PERRA.
Perra. Me sentí perra. Una perra callejera y tiñosa mendigando cariño al que pensé quería ser mi dueño... Pero él no quería. Y no me di cuenta. No quise darme cuenta.
Mendigué. No quería mendigar, pero lo hice. Las perras tiñosas y callejeras mendigan. Y nadie las quiere, por que son tiñosas y callejeras. El círculo no se rompe. No se rompe. Y me hiere su implacabilidad.
Recuerdo su burla. Su voz se hace eco en mi recuerdo. La satírica voz y su risa, antes juguetona, y ahora llena de un desprecio tan gratuito.
Mi dignidad intacta hasta entonces se hizo llanto y mi piel se volvió un pelaje áspero, un pelaje que él ya no quería acariciar. Un pelaje que él gastó, desgastó, y que puede abandonar porque nunca prometió nada... Nunca prometió nada.
¿Son acaso las promesas sólo válidas cuando se hacen palabras?. ¿Las palabras son, entonces, insubordinadas a los acontecimientos, a los sentimientos?. Lo que aprieta mi garganta y me hace escribir esto no lo generé yo sola. Y nunca fueron palabras. No obstante, éstas, las palabras, son ahora mi único desahogo.
Las palabras que se dicen junto con las que no se dicen, a veces conforman un contexto en el que todo se entiende, con lógica...
La inexorable lógica que le confiere respeto, pues él “nunca” prometió nada. ¡A la cresta con lo que no dijo! ¿Y lo que hizo, lo que hicimos, no vale? ¿Acaso si no hay promesas, lo vivido es insignificante? ¿Desde cuándo las palabras tienen tanto poder? ¿Desde cuándo la ausencia de ellas, es tan determinante?. No me gusta esto. No me gusta.
No me gusta que sus palabras, las que no están, pesen tanto... Tanto. Tanto más que lo que siento... que sí está, aquí, conmigo. Como este pelaje. Este pelaje que es en lo que mi piel involucionó.
Yo soy la sombra de lo que fui, porque él me maltrató. Y él no se hace cargo. Arguye que no es su asunto, porque él nunca prometió nada.. ¿Entonces significa que él es inocente? ¿No importa nada lo que me hizo?....
No soy juez, pero dictamino que eso no está bien. No está bien. No lo está.
Se atreve a decirme tan campante que tendrá un hijo con otra. Que se casará con otra. Y luego ríe diciendo que todo es mentira. Su relato avanza vertiginoso y añade que el romance le ronda, pero que no puede contarme...
¿Qué cree que soy? ¿Cómo se atreve a jugar así conmigo, sabiendo que yo siento cosas por él?... Yo le importo poco, está claro.
¿Porqué sufro por alguien así?¿Porqué necesito escribir esto? ...¿Porqué espero, a pesar de todo, que me llame?.
Si lo hiciera, contrariando incluso mis propias conclusiones, acudiría de nuevo a él. No pediría explicaciones ni menos disculpas, y sabría que, al llegar otra mañana, él se iría de mi lado para no volver pronto. Yo esperaría pacientemente que se aburra, que las otras se le nieguen, y ahí, como la perra tiñosa que soy ahora, me acercaría dulce por las migajas de afecto que él aún me quisiera dar.
....
Leo esto que escribo y me horrorizo. No puede ser que mi discurso se centre de esta forma en él. Yo soy la protagonista aquí. Esta es mi vida. Me aterro de mí misma. El me convirtió en un estropajo, pero si quiero sobrevivir, si quiero tener una vida propia, centrada en mí, no en él, no en otro, debo reivindicarme. Volver a ser digna de mí. Y eso solamente yo, y nadie más que yo, puede hacerlo.
Por ello, en un acto de suprema conciencia, me armo de una valentía que no tengo, y borro su nombre de mi agenda, de mi gente, de mi vida. Lo alejo artificialmente. Lo alejo en lo concreto. Alejo la posibilidad de él.
Entonces, despacio y mágicamente vuelvo a mi piel. Mi piel que está seca. La toco, la hidrato. La vuelvo a hacer mía y la despojo de ese manto de desperdicios en el que él la transformó.
Mi piel ahora es un espacio nuevo. Vacío, sin dueño, pero que es mi espacio. Respiro. Y no suspiro porque él se fue.
Finalmente, llevada por una energía desconocida y misteriosa, que me hace bien, dejo de ser perra, me yergo en dos pies y me hago mujer de nuevo.
Bebo agua. Agua que vitaliza mi perspectiva. Y me convenzo que mañana, sin él, sin nadie, igual habrá sol... Y, por lo tanto, la posibilidad de ver a alguien iluminado.
Diciembre de 1998 |