En donde te encuentres
Me robaste. Te llevaste mi entrega, mi confianza, mis sueños y todo lo mío se ahogó para renacer como “nuestro”. Y entonces me diluí. ¿Quién soy yo ahora, además de tu sombra?. Me despojaste hasta de mi cuerpo. La que se refleja en el espejo ya no soy yo. Desconozco mis contornos porque se deshicieron en tus manos. Mis ojos sólo recuerdan imágenes que nos convocan a ambos, incapaces de mirar sin verte. Tengo un color translucido y deambulo sin rumbo como el alma en pena que soy desde que te fuiste.
( ¿Recuerdas?.... Algarrobo. Brisa marina de un septiembre anocheciendo. Tú de espaldas con un sweater azul. Nuestro primer encuentro casual-mágico. Nos miramos y reímos y al instante nos sumergimos en un abrazo en el que giramos como un trompo sobre esa escalera de piedra. Abrazo-giro que se prolongó por muchos caminos y tiempos. Siempre con tu pelo suave y rubio cubriendo tus ojos brillantes).
Tu brillo me persigue. Ese brillo que encandiló al mío y lo anuló cuando se apagó el tuyo.
Tú partiste, pero lo mío es mucho peor: yo me quedé sin ti. Sin tu brillo y sin el mío. Sólo me queda tu ausencia.
Tu maldita ausencia. La odio. Es una mancha oscura y sarcástica que se burla de mí, recordándome que en un pasado que ya parece tan lejano, yo existía de verdad. No como ahora.
Ahora soy un cadáver sin siquiera una tumba, sólo por mantener una incomprensible respiración. Tu lápida, al menos, te otorga dignidad de difunto. A mí, ni eso me queda.
(Montmatre, 1998. Recorrimos de la mano la Place du Tertre y compramos un libro de Rilke en una hermosa edición. Hojeamos su páginas y leímos un par de poemas sentados en la escalera del Sacré Coeur, mientras París se escondía del sol.
Había poca gente ese caluroso viernes de junio. De repente te pusiste serio y dijiste que debíamos ir a la cumbre, que era importante. Creí que era parte de un juego, y obedecí, llena de risa. Ahí, de pie en la cima de la ciudad luz, todo tú te volviste luminoso, como si el anillo que me diste te hubiera envuelto en su halo de resplandescencia. Nos casaríamos seis meses después, cerca del mar, y yo con un vestido azul).
Dime, ¿qué hago yo sola con nuestros proyectos?
¿Con tus cosas? ¿ Con mi memoria? ¿Dónde se puede guardar todo eso sin que me estrangule el llanto de todas las viudas de la humanidad cuyo hondo dolor recién ahora puedo comprender.... y compadecer?.
Ese día de verano prometimos “hasta que la muerte nos separe”. Pero no cumpliste. Te fuiste, pero la Parca endemoniada se llevó tu cuerpo y me dejó los recuerdos. No puedo olvidarte. No puedo separarte de mí. Y me corroes. Soy carroña de tu memoria.
Dime ¿por qué mi amor por ti no pereció contigo?. ¡Llévatelo!. Únelo a los gusanos de tu carne. ¡Quítamelo! No lo quiero más si no estás tú aquí conmigo. Devuélveme mi propia vida, sin ti. Quiero que me regreses lo que robaste: un sentido para permanecer en este mundo, y evitar alcanzarte en donde te encuentres.
Por favor, necesito enterrarte, además, dentro de mí... y no se cómo.
¡Ayúdame!
Yo también deseo descansar en paz.
Amén.
enero de 2001 |