Por los años ‘50 en una cantina que hoy no existe, soñaba Luis. Tenía 20 años, se engominaba el pelo y partía rumbo a la Chimba. Desenfundaba su guitarra lustrada que cuidaba más que a su vida. Se ganaba los aplausos de quienes bebían unas copas en la cantina de Pepe. Con o sin tragos todos reconocían el talento de Luis Y lo animaban a continuar con su canto. Así comenzó.
Con el paso de los años, la guitarra y su canto fueron conocidos en todo Santiago. No solo en la Chimba se oían sus acordes. Era querido y respetado por su talento, su buena educación y prolijidad. Poco a poco se convirtió en todo un personaje.
Lo llamaban el de La gomina y Los pañuelos de seda. Siempre impecable. Su pantalón a rayas bien planchado la camisa blanca para que resaltara el pañuelo que hacia juego con los marrones del saco. Entre aplausos y monedas, Luis construyó su vida.
A pesar de vivir deambulando por los bares, jamás se apegó al alcohol. Aunque muchas de sus canciones hablaban de ahogar las penas en el querido mostrador. Con sus ganancias, pudo comprarse una casita por el mercado central, barrio que lo vio crecer y tantas veces dio de comer. En una de esas noches de guitarra conoció a Amanda. Era la hija de un querido cantinero de Valparaíso. Amanda atendía el mostrador junto a su padre, desde pequeña. Su cabello largo color negro creció evidenciando el tiempo. Amanda ahora era una mujer, respetada y querida por cuanto parroquiano se allegaba a la cantina. Una mujer dulce con una sonrisa amable, sus miradas se cruzaron ahí se les marcó el destino. Un año más tarde se casaron. Su felicidad era plena, junto a su mujer y su guitarra, nada le faltaba, hasta un buen pasar había conseguido con sus cantos.
Una noche, al regresar de la cantina, las luces de una ambulancia cambiaron su vida. Llevaban a Amanda. Inesperadamente, a los seis meses de embarazo tuvo un infarto. No se pudo hacer nada para salvarla. El destino se había llevado su vida y la de su hijo tan deseado. La tristeza se apoderó de Luis, se alejó de los escenarios. Su mente bloqueada por el dolor buscaba consuelo en la guitarra que ahora solo tacaba para él. Poco a poco lo perdió todo. Las cantinas fueron bajando sus cortinas por la falta de parroquianos y así se fue cerrando en la memoria de muchos el sonar de la guitarra de Luis.
Luis, hoy tiene 74 años, vaga por las calles de Santiago. Toma micros, rasga las cuerdas de una deteriorada guitarra y con voz temblorosa, intenta ganarse unas monedas para el pan. En su destruida mente, él cree que entrega su arte, pero quien lo ve y lo escucha recibe súplicas de piedad. Ver a un viejo, de barba y pelo blanco, mal oliente, mal vestido pero educado al hablar es ignorar su pasado de guitarreadas con pañuelos de seda atado a su cuello, entregarle una moneda con lástima y asco por sus manos arrugadas y sucias… es ignorar su presente.
Hay muchos como Luis, durmiendo en las calles de Santiago y del Mundo, unos con guitarras otros con botellas. Todos piden limosnas. Todos tienen un pasado, un presente ignorado.
Juanita Radaelli ® |