A Pablo lo llevaron al psicólogo en contra de su voluntad, pero había que reconocer que se lo había buscado. Fue esa misma mañana. Estaba en la cocina, junto con el resto de su familia, esto es, su padre, su madre y su abuela, que estaba pasando unos días en casa. Ésta, que vivía en otra ciudad, tenía pocas oportunidades de ejercer de abuela, su gran ilusión desde siempre, así que ahora intentaba aprovechar hasta el último minuto la estancia en casa de su hijo. Así fue que, a la hora del desayuno, mientras Pablo jugaba con los barquitos de galleta que flotaban en su taza de Cola Cao, preguntó:
-¿Qué quieres ser de mayor?
-Mmm… Quiero estudiar. Eso lo tengo claro. Matemáticas o Historia, algo así. Da igual, porque acabaré trabajando en el Ayuntamiento, siendo un funcionario gris y aburrido. Quiero casarme. Encontraré a una mujer de la que me enamoraré por completo. Tal será mi amor por ella que tendremos 3 hijos, aunque a mí no me gusten los niños. Y así, cuando parezca que tenga la vida solucionada ella me dejará. Ella me dejará a mí y yo le dejaré la casa, de manera que me tendré que buscar un piso pequeño, viejo y de alquiler donde pensar cómo conseguir el dinero para pagar la manutención de los niños y comprarles todos los caprichos y chucherías que me pidan los fines de semana que me corresponda tenerlos. Así, espero que a los treinta y cinco años mi vida haya desaparecido por completo y que lo único que me quede sea la inercia necesaria para cumplir con todas mis obligaciones. Más o menos –añadió Pablo dirigiéndose a su padre y saliendo de su ensimismamiento- como tú dentro de dos años. Por cierto, papá, la mamá está embarazada. Creo que no lo sabes.
La idea de llevarlo al psicólogo fue de su madre. Su padre, asintió con la cabeza mientras que su abuela gritaba desde el suelo de la cocina que lo que necesitaba ese niño era un exorcista. El psicólogo, después de dos sesiones, estuvo de acuerdo.
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