Este es el mundo que tenemos,
este es el lugar que encontramos,
nadie nos obligo a hacerlo,
nadie nos obligo a levantarlo.
Nos impusimos respirar para intentar estar aqui,
y logramos permanecer bajo conceptos y estipulados
que fueron hechos antes de que tuvieramos capacidad de estar.
Este es el mundo que tenemos,
este es el sitio de reunión,
este es el lugar de elección absoluta y relativa.
Esta es nuestra libertad,
nuestro goce
y nuestro castigo.
Optamos por vivir, por respirar, por existir,
y decidimos que la libertad sería nuestro valuarte;
el instante de equilibrio y de felicidad eterna.
Decidimos que la libertad nos guiara,
convirtiéndonos en prisioneros,
en rehenes,
en servidumbre de nuestro sueño y de nuestra maldita utopia.
¿Quién está absuelto de nuestra piedad pobre y descarnada?
¿Quién está desarraigado de sus elecciones colectivas?
¿Quién pidio amarrarnos a la libertad gratuita e infinita?
No es la reflexión la respuesta a nuestra premisa absurda,
no es la conversación amena, con aire limpio y atardecer perfecto
la que nos deleitara nuevamente con su presencia elegante y cautivadora para poder despegar hacia la nada sin temor alguno,
ni tampoco la ausencia de tristeza el inicio de nuestra alegria y el fin de los temores.
Pues pensamos en lo que se pierde al estar privado de la libertad,
pero no pensamos en lo que se pierde al tener la libertad.
Sin embargo, no creo que lo lleguemos a pensar,
pues estoy seguro que consideraremos al suicidio como el camino lógico y probable,
como la secuencia esencial del nuevo existir,
y con ello,
la oportunidad única de terminar definitivamente con el contrato con la realidad,
con la vida,
con la muerte,
y con la libertad.
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