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"Yo y mi hermano", así se refiere siempre, ella es la primera, ella era la profesora en los juegos, ella era la mamá y la que "cortaba el queque", y ella era la menor de cinco hermanos, la niña, la regalona que durmió con los padres hasta que se casó a los veinte años.

Corriendo entraba resbalando por la cocina. "¿Qué le pasa a mi niña, que corre tanto?" Preguntaba la robusta madre. "¡Es que la Tota me viene persiguiendo!" La Tota, tan invisible como el aire, pero su única amiga, la que le hacía caso en todo, la que se tiraba a las acequias para incitarla. La Tota, a quien echarle la culpa de los desórdenes y el ensuciarse. La Tota, tan imaginaria como el Príncipe Azul.

Iban ella y el hermano cada día de crudo invierno, con el barro hasta las rodillas, pero el juego a flor de piel, al colegio, corriendo por las pozas, saltando las cercas, pasando lejos del potrero del Toro Negro, bajando el cerro.

El retorno largo y bien subido, el tenue sol ha secado el barro. Cobijados por un Litre, juegan al colegio, no les ha bastado toda la mañana. El arbusto fue el mudo testigo del estuchazo en la cabeza que recibió el "aluno" porfiado, se acabó el juego, el crío lloroso se aleja corriendo a acusar a la pérfida.

Cabizbajos tratan de cruzar por el potrero del temido toro, suben las cortas piernecitas, "yo y mi hermano", y pasan al lado prohibido, no viene, corren y lo sienten acercarse. Como perro guardián, el toro negro, golpea el suelo y bufa advirtiendo. Mejor correr de vuelta

Ese día no se pudo, mañana tal vez.

Días y meses de infructuoso intento, ponen fin al sueño de ganarle al invencible animal.

Lo habían traído del "extranjero", era "importado", decía. Tan grande, negro, negro, como el barro bajo los pies y bravo bravo, toro de lidia, creían.

Quince años después, con la hija mayor en brazos, se baja el auto recién comprado del flamante marido, en la primera visita al primer hogar, a mirar al viejo enemigo. Sube la larga pierna y pasa al lado prohibido, corre como cuando niña, "yo y mi hermano", y correcorrecorre, anhelando la persecución... nada... no está... ¿se habrá muerto el toro? Tantos años...

Bajo un árbol que antaño no existía, una negra figura la mira. Se acerca sigilosa y el monstruo empequeñece, sus ojos de toro negro lloran sin parar. Está viejito ya mi amigo.

Texto agregado el 11-08-2005, y leído por 318 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
11-08-2005 Tiernecito, aunque con demasiados rodeos. chepino
 
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