Desde el momento que entraste al baño. Con tu mirada inexplicable, indescriptible.
Sacaste esa sustancia blanca extaña y luego de todo lo que ha pasado por tu garganta,
querías seguir pasandola por tu nariz, como la garganta ya te había cerrado el paso, clausurado.
Así. Así que yo te miro y pienso, negaciones. Te miré en el espejo que estaba frente tuyo
y mis negaciones se transforman en acciones.
Te lo quité, y todo fue tan rápido que ni sentí el palillo que ensartaste en mi garganta.
Como demostrandome que las gargantas debían callar, no les incumben nuestras acciones.
Sentí luego algo de mareo, pero no muy distinguido, porque era similar a otros muy propios
de aquellos lugares.
Desmayé, y me dejaste ahí tirada en medio de dos entradas. Te fuiste y me dejaste incrustada
a ese palillo. Como si fuesemos el uno para el otro, como lo que nunca fuimos nosotros.
Yo ahí tirada en medio de una contradicción.
A un lado la euforia difícil de percibir, y por otro donde todo era repulsivo y asqueado,
la existencia de la distorción.
Me dejaste ahí, mientras que sentía los pasos de gente ajena al lado de mis oidos.
Mientras que olía el polvo del suelo con suciedad y pisadas de baño, mientras que detrás mío se escuchaba el ruido ensordecedor y el bulliseo de esas personas.
Me encontraba de lado, con el pasillo debajo mío. Incrustada y acomodada, debía yo permanecer
en ese lugar, en ese momento, en esa situación. Debí haberme quedado ahí para siempre.
Mi cuerpo aplastaba un hombro, lo ahogaba y enterraba en el suelo sucio de baño, putrefacto.
Ya no lo sentía tampoco, sólo sabía mi posición y mis ojos medio abiertos y mi expresión
sin expresión.
Mi boca no quería desangrar e interrumpir esos segundos marcados por el abandono.
Desperté con la misma no expresión y me paré. Me fuí. Observé el lugar, se veía tan extraño.
Incoherente, despiadado. Un lugar que no decearía mirar denuevo, cerrar los ojos al pasar.
Por que se podía absorver todo, se erizaban los pelos de la piel al recordar.
La combinación perfecta y desprediable de mutilaciones sentimentales desaireadas,
veneno de la mejor calaña, olor a libido y livido bien vivos.
Me fuí como tú por la calle. Caminaba lentamente, descanzaba a cada paso que daba.
Al lado mío entrecorrían y caminaban los ajenos, con sus miradas de divagando en algún horizonte
inexistente.
Miraban con todo el blanco de sus ojos, concentradamente, también por el negro.
Por sólo su mirada se podían decifrar mil cosas, detenidamente,
sólo que se extinguían sus colores.
Un punto fijo y eterno tan lejano de ese extraño horizonte, parecía intentar engullirlos y
atraparlos para siempre. Dentro de sus ojos, pretendían ellos hacer lo mismo,
encerrarlo y descansar en paz.
No se miraban ni unos ni otros. Apenas se tocaban, apenas con roces se recordaban.
Eran una constante imagen que no se podía interrumpir. Sus hombros les pesaban,
queriendo aterrizar en el suelo. Se colgaban ensima de aquellos, sumisos e incomodos,
discordes y no encontra de sus miradas, sus expresiones de nada y de su punto en el horizonte.
Menos mal que yo sólo traigo uno. O quizas no es menos mal,
sólo colgaba uno pero mi mirada divagaba no a un horizonte,
sino más bien a esos ajenos personajes, que no podían parar de seguir sus pasos,
nacidos para entrecorrer y caer sobre sus sombras.
Pongo una pisada en la calle, y caí lejos.
Ni lo sentí, pero supuse que había muerto denuevo. Choque contra el suelo y ahí tendida oí
cómo sus miradas que alguna vez divagaban perdidas se despertaban.
Cómo de golpe se reunieron en un sólo punto, centrandose, nueva y concentradamente,
con una atención asombrosa. Me enfocaron. Me miraron. Sus miradas me observaron y me intimidaron.
Silenciados, procesando lo que venía, lo que sucedería. Intactos, esperaban el sonido,
la caída de una miserable gota roja tornasol y de colores deslumbrantemente incoloros.
Se encontraron con la necia necesidad de experimentar la sutileza del impacto,
apreciablemente lento para sus grises ojos. Plim. La gota calló, y mi mirada no distinta a
la asimilada en la muerte pasada, trataba de parpadear, pero tieza y cristalizada,
se inmutó, alterada de miedo. El dolor no aparecía, mi piel helada no escuchaba la sagre correr.
Sólo olía la deformacion de sus caras, sus expresiones desfigurandose en camara lenta para
abrir sus ojos y exclamar por sus bocas. Era una deformidad expectante con miedo de acercarse
a lo sucedido. Con dudas todavía de las imagenes que pasaban rapidamente frente a sus pupilas y
analizando si acercarse o no sería conveniente. Sus congeladas y aterradoras miradas me invadían
ineficientemente. Cero acción sólo negaciones, estuve con esa persepción todo el día.
Hasta que el horizonte degradado de rojo y anaranjado se fucionó con las nubes transformandose
en una noche.
Postrada en el cemento y el cemento helado debajo mío conversabamos. Yo escuchaba sus murmullos,
mi oreja pegada en el suelo. Él me recibía con abrazos, me hundía, acogía mi desesperacion.
Se apoyo frío me desperto en la mañana. No había nadie. Pero nadie caminaba sólo por las calles,
las veredas. Nadie iba a un lugar y seguía sus pasos silenciosos. Nadie perdió su ritmo
ni su constante mirada divagando a cada paso. Me levanté y salude a Nadie.
Tomé su brazo y me guió por un camino. Cuando comenzé a reconocer el sendero, nadie desapareció,
se esfumó, lentamente se despidió. Seguí hasta la playa y me imaginé la arena blanca de mentira.
Abrí los ojos y el mar estaba bravo. Con oleajes de color oscuro. De lugares sin luz,
oscurecido por la luz. Absorvido por la liluminación el mar tambíen era negro.
Sólo oía la voz de nadie, que me contaba su secreto. Su voz resonaba en la brisa
que chocaba en mis oidos. Me decía, el mar está enojado. Su marea cansada y pesada,
esta negra por tu mirada.
Me llevé su luz. Pero sin quererlo se la había quitado. Parece que está enojado. Desepcionado.
Me mira profundamente y me trata de alejar. Me intenta evitar, me esquiva y me abandona. Al menos
lo intenta.
Me meto al mar y se hizo de día, el mar estaba sereno. El mar tenía color. Nadie me encontró.
Nadie como alguien y aveces como nadie. |