BARRO TAL VEZ

Ayer fue un día extraño, me levanté sin prisa y sin llanto. Una sonrisa encrucijada por sucesos del pasado, y al verme en aquel espejo agrietado, una premonición llegó.
Simplemente ese día quería vivir, pensando que cualquier cosa podría pasar; de repente empezó a llover y por la gran ventana, el frío y la tempestad se hacían notar. Yo tenía que salir, acudir a un llamado, ese mismo que la noche anterior me arrulló.
Tomé mis llaves, mi gabán y unos centavos de más; para algo los iba a usar.
Sin saber mí destino y soportando la crueldad de la gran ciudad, me hice al andar, mis pasos y pensamientos se envolvían en soledad.
Intentaba pensar en algo que me alejara de aquel espejo roto y su imagen de un desconocido sonriente, intentaba pensar en algo más que en aquella premonición y aquel llamado que en la noche anterior me estremeció.
No podía, el saber que mi destino no podría cambiar, me hacía sentir como un reo en soledad.
Aquel llamado fue demasiado para mí, tal vez no habría donde ir a parar. Cuando frente a mí, una imagen apareció, la premonición se hizo realidad.
Confundido quedé, la gente pasaba de largo sin percatarse de lo que allí ocurría, tal vez su intelecto no les daba para más.
Sin saber lo que podría pasar y sin tener nada que perder, me entregué a su imagen y a su ser. Ella respondió con un estrepitoso movimiento de su mano, que se dirigía hacia mi costado, me acuchilló y pronunció –Mis promesas fueron ciertas, pero tú no me quisiste creer-, y como si fuese la muere, sin vida me dejó.

FIN