Hoy los cielos se tornan grises otra vez. Las nubes se concentran en algun lugar tan alejado de nosotros que casi no existe. Nos inventan historias, van constituyendo formas... como si quisieran convencernos de que hay algo más. Desde acá parece un cuento de hadas, pero en realidad todos conocemos un secreto que nos gusta evadir: es sólo vapor. Como todo. Siempre, algo transitorio que nos brinda aunque sea una mínima ilusión de felicidad. Y está, y lo sentimos, y nos sentimos. Somos. Hasta que en algún momento se esfuma, se va, y nos deja solos y vulnerables en el medio de un mundo violento, fugaz, donde todo viaja a velocidades irreproducibles. Todo menos yo. Que prefiero disfrutar de mí y del mundo, sin toda esa presión que impone la vida en sociedad. Disfrutar de vos y de la naturaleza. De tu naturaleza.
Entonces cuando quedamos en manos de quién sabe qué, sin salidas, sin caminos que nos lleven a la luz, es cuando nos encerramos en nosotros mismos. Y llega la oscuridad. Y mis alas se comienzan a entumecer, poco a poco van perdiendo sensibilidad. Hasta que... algo... las revive.
Reconozco algunos indicios que me permiten saber cuando hay aires de tiniebla cerca. En realidad no sé si los reconozco... sólo los siento. También percibo cuando todo se va a esfumar, cuando la luz que me rodea se empieza a extinguir... para luego dejarme totalmente a oscuras, sóla, con la energía de mis ojos que alcanza a iluminar una mínima parte del espacio... sirven únicamente para encontrarte.
Y ahora mi cuerpo sigue volando, no distingo el suelo, prefiero no saber. Sé que (por ahora) la oscuridad está lejos de mí. Eso me llena de iniciativa y me incita a seguir buscandote, cada vez más. Me sumerjo en tus mares y llego muy profundo, no me importan los límites, no puedo evitar ahogarme en vos.
Hoy vuelve a llover. Pero no para mí.