Caminaba sin rumbo el señor de las veredas, maletín en mano, oídos atentos.
La mirada firme pero con una extrañeza al darse cuenta que la gente lo seguía por cuanta calle tomara, tratando de eludir esa multitud curiosa. Repentinamente alguien gritó: El hombre del tercer ojo, el hombre del tercer ojo!!
Los Urbanos distinguieron la sonrisa despegada que aparecía en la mitad de la frente.
Texto agregado el 29-12-2002, y leído por 354
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