Para Lulú claro.
Una gota de luz enamorada.
Una pequeña gota de luz viajaba ansiosa de poder llegar a la Tierra, había recorrido millones de años luz desde su ardiente estrella de fuego, recorriendo el majestuoso silencio del universo. Las gotas de luz manejan el tiempo a su antojo y es por esto que cuando sintió que comenzaba a penetrar una nube terrestre, el tiempo se hizo lo suficientemente lento para que aquella traviesa y rebelde gota de luz disfrutara cada detalle del planeta que visitaba. Traspasó la nube sin mayor problema y contempló la vasta y hermosa diversidad de texturas y colores que viven bajo el cielo. Indecisa como siempre sobre cuál de aquellas cosas bañaría con su luz, la gota se deslizó suavemente sobre la hoja más alta de un gigantesco árbol dormido, acariciando con un fino brillo su verde superficie, se dejó caer hasta que chocó con la corriente de un río, se dejó llevar por el agua que emitía un sonido tan armonioso al caer cuesta abajo, que se olvidó por un instante que era una gota de luz, sintiéndose una gota de agua que cantaba al cielo que se reflejaba en ella, para que cada vez que alguien abrazado por la tristeza mirara hacia abajo, pudiera mirar las nubes y recordar que el cielo lo cobija.
Cansada de viajar, la gota de luz se posó a descansar en una pequeña piedra que sobresalía del agua, justo antes de que una inesperada mano se cerrara sobre ella para levantarla, la gota miró sorprendida que aquella mano pertenecía a un ser hermoso, una linda chica que paseaba por el bosque, sonriente por que ése día cumplía 17 años. La gota enamorada, olvidando su indecisión encontró por fin el sitio ideal para bañar con su luz. Y saltó decidida hacia aquellos ojos cuando éstos miraban la piedra. La gota de luz ahora formaba parte de la belleza de aquella chica para siempre, y contempla ahora la belleza interior de su ser.
Quien conozca ésta historia sabrá por qué Lulú tiene ése brillo tan especial en los ojos, el brillo de una gota de luz enamorada.
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