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No, no eres ella...

No hay nada más deprimente que estar solo en Acapulco sin otra compañía que la de este sudor que escurre de mi frente. Es como la sensación de las sábanas húmedas sobre el cuerpo sobrado en silencio.
Miro por la ventanilla para olvidar el calor, el olor a sudor, a mierda, la gente, su cháchara y otras tantas cosas dentro de este camión. La ansiedad alimenta mi memoria haciendo llegar poco a poco las imágenes de esta vida perdida en algún sitio. Poco a poco se borran las calles con la velocidad y el ruido del motor ahoga la mayoría de mis pensamientos, pero tu recuerdo no. ¿Hace mucho que te fuiste? ¿Cuánto hace que no te olvido? ¿Por dónde empezar? ¿Por tu caminar discreto y tu mirada triste? ¿Por tus cabellos largos? ¿por tu sonrisa discreta? ¿por aquel perfume? ¿Por aquella manera tan tuya de decirme las cosas al oído? ¿O aquellas noches de insomnio cuando solías bailar para mí? Finalmente este clima de la chingada me niega definitivamente el llanto.
Todo lo escucho, todo lo veo, cuando de pronto el camión da un enfrenón y casi caigo al suelo. Levanto la mirada y es en este momento cuando la descubro.
Ella aborda segura el camión, voltea de un lado a otro a observar si hay asientos, parece reconocer a alguien, sonríe tímidamente, pero avanza. Se lleva las manos al cuello como si hubiese sentido el roce de una caricia. Al pagar extiende sus manos, son delgadas y las uñas, color natural, excelentemente cuidadas.
Lleva unos zapatos de tacón alto que hacen lucir sus pantorrillas; piel clara que se ve tan tersa, que se pierde al llegar al borde de la minifalda. Tiene unas piernas bien torneadas. El ritmo de sus caderas hace voltear a más de uno.
Se ha detenido hasta donde yo. Se tiende cuan larga a mi lado, y mi vista allá donde la mini, donde no hay nada: Piel. Sólo piel. Observa atenta la calle por la ventana, mi ventana. Mira su reflejo en ella, se quita los lentes que ha tenido que usar por lo fuerte del sol y se pasa una de sus manos de largas uñas por el pelo; un pelo lacio, sedoso, teñido en un tono plateado que le sienta de maravilla, demasiado cuidado y que se ha adherido al movimiento de su cuerpo, que marcha al ritmo de su corazón, del mío, fuera de este pinche camión, de este puerto de mierda, de esta pinche vida, de este pinche de mí.

Y despierta en mí el libido. No es la primera vez que ocurre, ¡claro que no!, pero sí es una de las más intensas de cuantas tengo memoria. Sí, hubo otras, pero no como ésta. No en un camión como éste, lleno de gente, inundado de olores, inmundicia, de situaciones extrañas, con casi 35 grados centígrados. Su mano en el tubo, las piernas entreabiertas, los senos duros y palpitantes, la mirada perdida en el horizonte de la calle, en sus propios recuerdos. Pestañeo por las gotas de sudor, mi vista nublada. En un instante, más rápido que el abrir y cerrar de mis ojos, mi mano debajo de su falda, negra como un agujero, como el otro lado, el sitio oculto de este alguien que no soy yo y que me es desconocido. Siento su piel, un suave tapete, el ascenso hacia el terciopelo y la puerta del deseo; internarse, acariciar, el placer, la humedad... Mis dedos, una y otra vez. No hay retorno, todo es hacia arriba y hacia abajo con delicadeza, suavemente. Caer, como de una torre y de espaldas, cerrando los ojos, en sentido contrario. Mis dedos de nuevo, ahora su frente perlada, mi erección impotente, sus piernas arqueadas. Imagino sus senos, prohibidos, redondez imperfecta. El top blanco que estorba. Escucho murmullos, siento las miradas, huelo los pensamientos... A lo lejos el puerto se levanta. Acariciar, el placer, la humedad que no escapa de mis manos. Mis dedos suben y bajan. No hay vuelta atrás, todo es hacia arriba y hacia abajo. Sólo el calor que se disipa por los costados. Mi mente corre, vuela, huye y recuerdo la frescura de unos labios; miro su boca, aquella boca chica y fina que no sirve para chupar... sorber. Desee su boca en mi entrepierna, de ida y vuelta; arriba y abajo con delicadeza, suavemente, con ritmo; luego, la salivación, pienso, en ambas bocas. Mi mano se entumece, cambio la posición de los dedos y veo que mi caricia es agradecida. Ella arquea más las piernas... Quiero decirle algo: ¿Por qué...? Y con sus dedos sella mi boca. Una mirada y no necesito más explicación. El ritmo cambia, crece, se torna vertiginoso como en una canción de esas del table. Bajo de pronto mi mano por un muslo suave y mojado. Observo cómo Ella lleva la suya hasta la altura de la mía y la coloca de vuelta al agujero, y el movimiento; ni todo el calor, ni todo el olor ya, sentí su orgasmo, mi eyaculación abundante cuando una voz resonó: “¡Bajan!...”.
...No, no eres ella. Ella es otra, la que nunca me dejará tocarla, a la que nunca podré tocar, la que confundí contigo, de la que sólo me quedará una imagen, aquella con el güey que le ayuda a bajar del camión ...

Texto agregado el 10-08-2005, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-12-2005 Lleno de bellas imagen ,y de simpleza*5 terref
 
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