Ahí estaba la princesa del Japón, emitía tranquilidad en su rostro amarillo, refugiado por sus manos perfectas. La ligera construcción Zen estaba aislada de las torres centrales, la princesa se dirigió hasta uno de los pasaderos a mirar los jardines y el agua de las piletas fluyendo hacia el río con la luna tan llena, como si estuviera lista para parirle en la cara su belleza. La princesa apoyaba su cuerpo en la ventana y suspiraba al mirar el cielo, después un salto la guió al vacío y dentro del agua hacia las corrientes suaves que la hicieron desaparecer en la noche.
-Estoy tarde, ¡maldición! Otra vez, tarde.
Ané viajaba una hora diaria para llegar a su trabajo en el rancio centro de la ciudad, parada en el metro miraba las caras sonámbulas de las personas, listas para salir por la misma puerta y llegar a alguna parte, ¡Pronto! La carrera iniciaría cuando el STOP encendiera en rojo y la calle se inundara de personas grises, con las miradas en el pavimento.
La princesa corría y ahora la princesa era blanca, o lo parecía entre los arces y la tarde lúgubre, apiñada en un vestido de gasa que flotaba con el corriente, tratando de huir de algo que no veía. Solo percibía el paso de sus pies, ya insensibles, sobre hojas naranja que marcaban un sonido preciso que se instalaba en su cuerpo durante la persecución. Con el frío paralizando su nariz perfecta la princesa llegó a una muralla de piedras grises mohaceas, desolada, subió por un pasillo curvado hasta el balcón más alto, observó el horizonte, respiró profundo levantando sus brazos, caminó hasta colocar sus pies descalzos en la baranda y alzando la copa de su vestido, miró al cielo y saltó al abismo desplomándose en un lago que la despojó de su ropa.
-Ané!-se escucharon el crac de unos dedos.
-Hola, Isacc, disculpa estaba distraída pensando en …….olvídalo.
-Solo pasé a recordarte que nuestro trabajo debe estar listo en dos días, ¿Tienes algo que mostrarme?
-He analizado la pintura es del siglo XVIII aproximadamente, de autor desconocido. La restauración tomará más de lo que imaginé. Trabajaré toda la noche.-Ané respiró profundo en tono de fatiga y sintió la mudez de la tarde en su oficina.
El cansancio se hizo notorio en a las tres horas de estar sentada en su pequeño banquillo alto, frente a ese cuadro sin sentido, ella no creía en Dios. Se deslizó hasta el suelo para mirar la ciudad desde su ventana, detuvo su atención en las gotas de agua formadas por el vapor de la calefacción en los vidrios, después cruzó sus ojos hacia el fuego de un basurero que calentaba a los indigentes en la calle de enfrente y se sintió inmutable.
Las hogueras ardían y la princesa estaba sentada esperando que la llamaran, con su piel cobriza que reflejaban las llamas en la joya colocada en la mitad de su frente y en su vestido ambarino, lista para iniciar a danzarle a Brahma, en la celebración de su compromiso. La princesa formó su baile entre el fuego y sus ojos, en su cara naufragaba una profunda tristeza, al terminar, fue entregada al novio quien se la llevó lejos de Calcuta hasta Kashi la ciudad de la luz. La princesa, quedó especulando en algo que no supo que era, un día miró la inmensidad del Ganges y mojó su cara en el, al atardecer como todos, para alcanzar la reencarnación y salir, escapar, huir, sin saber de que.
-Es que es difícil revelar mis sueños
-Igual que para todos, querida
-Una sonrisa adornó la cara de Ané- En fin he terminado con esto
-¡Grandioso!, voy a notificar al museo que acabamos la reconstrucción y que podrán poner la obra en exposición con las demás
-Yo saldré a dar un paseo, me duele la espalda y necesito comprar cigarrillos
-Ya lo creo, has pasado ahí ocho horas seguidas, ten cómprame un paquete a mí también por favor-Isaac besó la frente de Ané y salió en saltos por la puerta al elevador
Estaba sentada al pie del Vesubio esperando algo, muy en la mañana, cuando un temblor la hizo pararse y correr hacia las grandes calles adornadas por las estatuas de sus antepasados y atestadas por el olor fétido de los drenajes. Ella miró el amanecer perfecto y fue sumida en las grandes brazas de lava, mientras escuchaba que muchos clamaban a los dioses. Después de unos siglos alguien que pasaba por ahí, miró a la princesa triste, tomando el sol y sumergiéndose en las olas.
Ané caminaba pensando en sus sueños y preguntándose, si su suerte sería igual, sin embargo no podía evitar deleitarse en las imágenes tan claras y nítidas y aún más, en los recuerdos precisos y sublimes de cada detalle, del olor, del frío, del calor que la hacían dudar de su realidad y se cuestionaba si despertaría en alguna parte para descubrir lo que esperan todas las princesas.
-¿Usted cree en los sueños?
-Claro que si, ¿Quién no?-respondió la princesa cuando despertó.
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