La carga no era para nada liviana y la rutina del trabajo le agregaba kilos cada día, ser obrera pesaba en su existencia. Veía pasar los años sin poder cambiar su situación, de aquí para allá esclava de la gran cadena productiva, no tenía tiempo de soñar, de desear... de amar.

Todos los días al despertar sabía que le esperaba la misma rutina mecanizada que cumplía sin pensar siquiera, levantarse había dejado de ser interesante...las expectativas de conocer algo o alguien nuevo estaban muertas.

Un día de esos en los que el cielo está más gris y el alma amanece más agobiada tomó una trágica decisión: finalizaría su existencia sin más, quién se percataría de la ausencia de una obrera más. Asomó su cabeza a la vera del río y lenta pero valerosamente se dejó arremeter por la turbulencia que la decapitó al instante.

Así terminaron sus anónimos días de obrera, cargando hojas para una madre que no conocía y que todas llamaban reina.