Sólo las calles se dignaban a ese abrazo, a la sumatoria de bondades presas en los añosos adoquines cercanos al hotel. Como una añoranza de mil lunas, el callejón seguía latiendo reflejado en mis entrañas, bajo las huellas de esa piel abierta al mundo de la soledad. Y como un tramo de infinitos versos, cada paso era un dolor ajeno y propio que ya se había enquistado en estas realidades. Sufrí al dejar todo lo bello, al llevarme dentro ese amparo de aceras registrado en mi memoria, al partir de lo que también había sido mío. En un vuelo de palabras su brisa volvió a recobrarme bajo la opacidad de esa ciudad, cubriéndome con un hollín girando en torno a las siluetas, que como yo, participábamos de todos sus encantos. Sobre los colectivos de esas vidas, resistiendo a la memoria de un país vencido, atrapados en la vorágine del tiempo, agazapados a la espera de más, mis sensaciones aún perduran entre esos rostros, como otra mirada de sus propias realidades...

Ana Cecilia.