El Conde Von Hemorroil andaba por esos días bastante contento, aunque mejor habría que decir "por esas noches", dada su condición de vampiro. En sus últimas salidas nocturnas el éxito le había sonreído, no tuvo que recurrir a contenedores de compresas ni a bancos de sangre mal vigilados. Dos noches, dos víctimas, la primera fue una prostituta sin enfermedades venéreas y la segunda un anciano de ochenta años con sobredósis de viagra, esto último le había elevado la moral al Conde, bueno, y lo que no era la moral también.
Con este magnífico estado de ánimo salió la siguiente madrugada, buscaba su tercera víctima consecutiva, hecho que significaría un record personal. Se transformó en murciélago y voló hasta el barranco de los enamorados, un mirador de la ciudad donde los jovenes acudían con sus vehículos para dar rienda suelta a sus desatadas pasiones. Desde la rama de un árbol observaba el animoso traqueteo de los automóviles, acompañado de insinuantes gemidos e incluso gritos de placer, como la viagra del anciano todavía corría por sus venas decidió acercarse un poco más y desahogarse un poco antes de intentar un nuevo mordisco. Pegó su rostro a la ventanilla, un joven desnudo y con su miembro a pleno rendimiento yacía en el asiento reclinable, mientras su acompañante, de rubia melena jugueteaba con su húmeda lengua, el Conde se iba animando así que decidió convertirse en bruma y pasar adentro para estar más cerca, mientras los jovenes seguían ajenos a la compañía del vampiro. La rubia melena comenzó a realizar un movimiento repetitivo de arriba a bajo mientras el chico gemía de placer, entonces agarró su cabeza y le dijo:
- ¡ Antonio, chupa más fuerte, chupa más fuerte !
El conde quedó estupefacto, ¿cómo que Antonio ?, la rubia giró la cabeza y claro, no era tal rubia, más bien un rubio bien musculado, el Conde se volvió visible pero no le dio tiempo a sacar sus colmillos, el rubio y el moreno cogieron al Conde en todos los sentidos de la palabra. El Conde intentó librarse convirtiéndose en murciélago pero también les iba la zoofilia...
Esa noche, el Conde Von Hemorroil volvió a su ataud desconsolado y habiendo deseado un estacazo en todo el corazón, y no precisamente donde se lo habían dado. |