He dicho que sí, que no, he dudado. Pero grité en silencio maldiciendo el arrebato de tu muerte. Y en alaridos desesperados la llamé después de tu partida. Decía sin dudar: ¡Que aquella muerte que te llevaba era la mía!
Texto agregado el 24-09-2003, y leído por 247 visitantes. (1 voto)