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Todo estaba preparado, la fiesta, el viento, el día, los barriletes, sólo esperaba el momento que mi padre llegara de viaje, mi madre hacia los preparativos para recibirlo.
Debíamos ir al aeropuerto por él, mi madre le habló al celular primero y luego me lo pasó. Quedamos que al regresar iríamos al parque a elevar cometas, mi barrilete estaba listo, sus colores engalanarían el firmamento, sólo esperaba el momento, ese momento tan anhelado de mis vacaciones, es agosto el mes preferido, el mes de los vientos y su festival de verano. El vuelo donde venía mi padre estaba para las diez de la mañana del sábado, durante el recorrido al terminal aéreo sólo miraba maravillado para el horizonte, ya se veía el azul celeste serpentinado de cometas con extraordinarios colores, madejas de hilos que parecía que alguna mano mágica estuviera tejiendo una frazada gigante sobre el espacio de la ciudad de Bogotá.
Antes de salir mi madre me abrigó bien porqué estaba venteando muy fuerte y podía recaer, ya qué la noche anterior me había dado fiebre y persona advertida no cae en trampa ajena. Contaba los minutos desde qué salimos de casa y el trayecto se hizo eterno. Mi padre se puso feliz de vernos a mi hermano y a mí, nos trajo regalos, yo no lo abrí, sólo quería llegar al parque a elevar mi barrilete, era urgente dialogar con él, sí, mi barrilete y yo, nos comunicamos cada año, pero me sentía ardiendo de la fiebre y no quería qué se enteraran mis padres, cuando se percataron se opusieron a mi salida al parque, me tocó quedarme en casa triste y encerrado en mi habitación.
Una semana después, viernes por la noche nos acostamos temprano porqué madrugábamos para asistir al festival de verano en el Parque Simón Bolívar. Al instante quedo dormido. Mi barrilete se elevaba por encima de las demás cometas y el viento lo acaricia como dos viejos amigos qué se extrañan, la alegría del viento es mayor porqué vuelve a tener entre sus brazos a mi barrilete, es el lenguaje entre el viento y mi barrilete, las otras cometas no se aventuran a acercarse, mi barrilete decide volar más alto, es el único qué permanece sobre el horizonte como una serpentina multicolora, se caracolea de la alegría, habían momentos en qué era atrapado por los cúmulos de nubes, las aves tratan de imitarle el vuelo, los rayos del sol le dibujan saetillas luminosas entre sus zumbadores que le hacen ronronear de contento. Entre mi barrilete y yo, hay un vinculo de afecto y dualidad. Hablo con él, le mando telegramas por el cordel y me responde, tenemos nuestros propios códigos.

El cielo de la ciudad se viste de colores, hay cerca de un centenar de cometas realizando danzas acrobáticas, cautivando la atención de los presentes, son estupendos matices y diseños plasmados sobre el azul celeste.
Espero el viento más favorable y mi barrilete comienza a elevarse, tengo el cáñamo suficiente para soltarle y que planee a su antojo por el firmamento. Comienza el espectáculo, mi barrilete ronronea pidiendo más cuerda, le doy más cuerda y ahí comienza el dialogo entre mi barrilete y yo, somos uno sólo, él desde lo alto me observa y yo desde abajo lo guió, somos él y yo.

Texto agregado el 08-08-2005, y leído por 423 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-08-2005 Solo quienes elevamos alguna vez cometas, podemas saber la experiencia que se siente cuando el papelote se eleva. Ya no me acordaba de los telegramas y hoy cerrè los ojos y vi uno subiendo por el cordel. Buen relato Fuentesek
 
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